Que no somos ciudadanos, sino súbditos, y que la ciudadanía constituye un ideal no cumplido es una afirmación con la que resulta fácil estar de acuerdo. Pero el presente libro sostiene una tesis todavía menos gratificante: la de que “ciudadano” y “ciudadanía” son, en sí mismos, conceptos mixtificadores forjados para maquillar el rostro deforme y monstruoso de lo político. Antonio Valdecantos sostiene que la dualidad de un orden secular y otro eclesiástico se transfiguró modernamente en la de Estado y mercado, siendo este último el sucesor natural de la Iglesia.