En esta época de terrorismo, la tentación de no tener piedad puede ser irresistible. Pero también nos empuja hacia el extremo opuesto la preocupación de que una respuesta violenta nos haga moralmente iguales a nuestros enemigos. Quizás no haya mayor reto político en la actualidad que intentar ganar la guerra contra el terror sin perder nuestro espíritu democrático.