Cuando la hermana del rey de Portugal deja Lisboa para casarse con Enrique IV de Castilla prefiere no creer en los rumores que ponen en duda la virilidad de su futuro marido. A sus dieciséis años, guapa y con un indiscutible encanto, confía en que sus atributos servirán para que nazca ese heredero que Enrique IV tanto ansió durante los trece años que duró su primer matrimonio.