En el siglo XXI parece muy atrevido hablar de milagros. Precisamente en un momento en el que el desarrollo de la ciencia y de la técnica parece explicarlo todo, resulta aventurado pronunciar la palabra milagro. Ante una curación inexplicable o una respuesta de Dios a una petición extraordinaria de los hombres, siempre aparece el racionalista que todos llevamos dentro: ¿Será una sugestión? ¿Es verdad?