Como en un cruce de caminos, Japón y España se unieron hace ya más de cuatrocientos años, para separarse y reencontrarse en un continuo fluir que dio lugar a un enriquecimiento mutuo. El contacto se estrechó a partir de 1549, cuando Francisco Javier desembarcó al sur del archipiélago con la finalidad de transmitir la fe cristiana. De su mano, la cruz se convirtió en un símbolo de unión y ayuda, de corte y protección, de persecución y respeto, de vías abiertas hacia el conocimiento de dos culturas que se aprecian y admiran desde la proximidad de la distancia que solo la unión confiere.