Manuel Azaña ya no es un desconocido como le parecía a su cuñado, Cipriano de Rivas Cherif, cuando acometió la tarea de contar por primera vez su vida. No lo es porque los libros y artículos sobre su persona y significación política han sido abundantes desde los años de la Transición a la democracia. Sin embargo, este mejor conocimiento de Azaña ha sufrido los vacíos de una tardía y fragmentaria recuperación de toda su obra y de sus papeles inéditos, sometidos a excesivos avatares de la fortuna e inaccesibles hasta fechas recientes a los investigadores.