Adolf Hitler despierta en un descampado berlinés en 2011. Está sorprendido porque no aparecen los símbolos nazis y reina la paz. Las calles están llenas de extranjeros, y todo, todo, parece muy distinto a cómo era antes. Hacía sesenta y seis años que él había caído. Y ahora afronta un mundo distinto. La gente se sorprende al verlo. Pero, lógicamente, no creen que sea el auténtico Hitler, sino un actor, un cómico muy bueno. Logra suscitar la atención de los medios de comunicación, de la gente normal, e incluso de los políticos. Sorprende su discurso, auténtico por su parte. Él no bromea.