En un tiempo de reformas y contrarreformas de los sistemas educativos, en que todo se relativiza y parece imposible tener certeza de nada, es relevante volver una vez más a lo sustantivo de la educación. Para ello, se parte en este libro de una concepción antropológica que destaca como rasgos definitorios de la persona la unidad, la singularidad, la apertura y la libertad. Desde esa concepción, la educación aparece como un proceso de crecimiento personal, que constituye una tarea para el educando, y en cuya realización debe contar con la ayuda de otros.