José se fijó en mí. Me tomó con sus manos fuertes y me levantó a la altura de su cabeza para mirarme a los ojos. Yo miré al suelo y, por primera vez en mi vida, sentí vértigos y miedo. José, que debió advertir mis temblores, me acurrucó contra su pecho. En aquel momento me di cuenta de que seríamos muy buenos amigos.