Modera: Gabriel Rodríguez Pazos
Fecha: 12 de Enero de 2021
Miguel de Cervantes proporcionó en 1615, por boca de Sancho, el primer informe sobre la impresión de los lectores, entre los que «hay diferentes opiniones: unos dicen: 'loco, pero gracioso'; otros, 'valiente, pero desgraciado'; otros, 'cortés, pero impertinente'» (capítulo II de la segunda parte). Pareceres que ya contienen las dos tendencias interpretativas posteriores: la cómica y la seria.
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¿Cuántas veces he leído el
¿Cuántas veces he leído el Quijote? No pasará mucho tiempo sin que pierda la cuenta. ¿Qué se siente cuando uno llega a las últimas páginas de la magnífica obra de Cervantes? No sé seguro si las otras veces saqué el propósito firme de volver a leerlo. Desde luego esta vez sí. Es más, se me ocurrió que podría ser bonito tener un seminario permanente para ir, capítulo tras capítulo, hablando, profundizando. ¡Cuántas veces he pensado en escribir frases, en tomar un párrafo para el fichero! Me lo ha impedido el tiempo.
Don Quijote es un hombre bueno, un loco muy cristiano, un “desfacedor de entuertos”, que, de puro loco, los inventa en la mayor parte de los casos. Pero solo quiere ayudar a los necesitados. Por eso es quijotesco el emprendedor generoso dispuesto a dar su vida, sin medida y sin sentido. Pero Don Quijote es un hombre bueno. Sancho es un briboncete, que de contacto con su señor se va puliendo, y tiene corazón para acompañarle siempre, pase lo que pase, y eso le lleva a volverse también loco. Pero no deja de ser un bribón que se contenta con un puñado de monedas. Se podría hacer un comentario de cada capítulo, pues tienen enjundia cada uno, pero son 126 entre las dos partes.
Recordaba en un artículo
Recordaba en un artículo titulado “El liderazgo según Don Quijote”, que sostiene Harold Bloom que “existen partes de nosotros que no conoceremos a fondo si no conocemos antes a Don Quijote y Sancho”. No parece aliciente baladí para que quien aún no lo haya hecho, se acerque a esta maravillosa novela. En El Quijote se encuentra la esencia misma del ser humano: sus alegrías y sus penas, sus vicios y sus virtudes, su vida y su muerte terrenal; nada escapa a la sabia pluma de Cervantes. Por ello, limitar, como hacen algunos, el análisis de este clásico a la tradicional oposición entre cordura y locura, supone dar una visión del mismo paupérrima y simplista. Justicia, fe, virtud, bondad o altruismo son conceptos sobradamente exaltados por Cervantes a lo largo de la obra y sin embargo, a pesar de tanta conmemoración centenaria, bastante olvidados.
En su “Vida de Don Quijote y Sancho”, nuestro querido caballero es calificado por Unamuno como “Caballero de la Fe”. Y es que, verdaderamente, El Quijote encierra de fondo una sabiduría cristiana incuestionable. Abundantes son, en efecto, las alusiones a la fe y la religiosidad que Cervantes pone en labios de sus dos protagonistas. “Yo no pensé que ofendía a sacerdotes, ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y vestiglos del otro mundo”; esto es lo que proclama Don Quijote en uno de los capítulos más divertidos de la obra, el XIX de su primera parte, cuando en medio de la noche descubre junto a Sancho “hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto”, y su imaginación lo lleva a correr una de sus más descabelladas aventuras. Asimismo, en el capítulo XXVII de la segunda parte, el mismo Don Quijote hace este incomparable alegato contra la venganza: “el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse”. Son tan sólo un par de ejemplos, muchísimos más son los pueden encontrarse a lo largo de las páginas de este prodigioso libro. De hecho, El Quijote, como todo nuestro Siglo de Oro, resulta inconcebible si trata de desvincularse de su sustrato de fe católica.
Sin embargo, a pesar de todo, no han faltado autores que hayan insinuado la pretendida hipocresía de Cervantes en este tema, bien sea porque tergiversaran el sentido de una serie de pasajes de sus obras o bien porque no acabasen de comprender su característica ironía; ironía de la que nuestro inmortal autor hace objeto, en ocasiones, hasta a lo más sublime y sagrado. Decía Gustave Flaubert que “el artista es a su trabajo lo que Dios a la creación, invisible y todopoderoso; uno debe sentirlo en todas partes, pero nunca verlo”. Cervantes se deja sentir a través de toda su obra; nadie duda, cuando lo lee, por boca de qué personaje se expresa él. Por ello, ante acusación tan infundada, basta con dejar que sea el mismo Cervantes el que, a través de otro de sus personajes, haga la que posiblemente sea una de las más hermosas profesiones de fe que la literatura universal nos haya legado. Figura en otra obra suya, algo menos conocida pero en absoluto desdeñable, “Los trabajos de Pérsiles y Segismunda”: “Llamo esposo a este señor porque antes que me conociese del todo me dio palabra de serlo, al modo que él dice que se usa entre verdaderos cristianos. Hame enseñado su lengua, y yo a él la mía, y en ella ansimismo me enseñó la ley católica cristiana. Diome agua de bautismo en aquel arroyo, aunque no con las ceremonias que él me ha dicho que en su tierra se acostumbran. Declarome su fe como él la sabe, la cual yo asenté en mi alma y en mi corazón, donde le he dado el crédito que he podido darle. Creo en la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, tres personas distintas, y que todas tres son un solo Dios verdadero, y que, aunque es Dios el Padre, y Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo, no son tres dioses distintos y apartados, sino un solo Dios verdadero. Finalmente, creo todo lo que tiene y cree la santa Iglesia católica romana, regida por el Espíritu Santo y gobernada por el Sumo Pontífice, vicario y visorrey de Dios en la tierra, sucesor legítimo de San Pedro, su primer pastor después de Jesucristo, primero y universal pastor de su esposa la Iglesia. Díjome grandezas de la siempre Virgen María, reina de los cielos y señora de los ángeles y nuestra, tesoro del Padre, relicario del Hijo y amor del Espíritu Santo, amparo y refugio de los pecadores. Con éstas me ha enseñado otras cosas, que no las digo por parecerme que las dichas bastan para que entendáis que soy católica cristiana”. ¿Cabe aún duda alguna?
Hacer una reseña del Quijote es una osadía, pero aprecio tanto esta obra que me atreveré a escribir un pequeña reflexión. No cabe duda de que es una obra universal y un clásico de la Literatura. Estas dos apreciaciones no son lugares comunes, no se aplican a cualquier libro, ni miden el número de ejmplares vendidos, ni la benevolencia de la crítica. Está más en la línea del lexnaturalismo, es decir, el Quijote puede ser leído y disfrutado en el sigló XVII y en el XXI, en España, en Sudáfrica, en Japón y en Alaska. Porque es un relato sobre la naturaleza humana. Éxitos, fracasos, virtudes, pecados, ilusiones, decepciones, vida, muerte, amor, odio, dolor y gozo, salen por todas sus páginas porque lo que esté presente es el Hombre, conocido en profundidad con toda su grandeza y miseria. Es importante destacar que quien escribe el Quijote es profundamente creyente y con una buena formación teológica: pienso que sería imposible esta obra sin esa dimensión sobrenatural que envuelve al ser humano retratada en el Ingenioso Hidalgo. Es aconsejable para todo el mundo y más de una vez en la vida.