Delibes dedica unas 30 páginas al Preludio en el que conocemos al principal personaje, Cipriano Salcedo. En 1577, regresa de un viaje a Alemania y trae con él un cargamento de libros, a la sazón prohibidos bajo pena de condena de la Inquisición. El viaje lo realizó a petición de Agustín Cazalla, el doctor Cazalla, y el objeto del mismo era conocer a Malenchton, sucesor de Lutero, que continuaba la docencia en la universidad de Wittenberg. Regresa Salcedo del viaje en un barco desde Flandes a Laredo. Con el capitán, comparte amistad e ideas Reformistas (defienden la Reforma Luterana), además de otro comerciante andaluz que “había partido cristiano y ahora vuelve luterano”.
En estas treinta páginas encontramos un resumen de las teorías luteranas y erasmistas: no necesitamos nada más que creer, la fe, porque la Pasión de Cristo nos ha redimido de cualquier pecado; sólo existen dos sacramentos el bautismo y la comunión; el matrimonio no es un sacramento por lo tanto el divorcio es aceptado; el celibato sacerdotal es de derecho positivo y lo mismo que un concilio lo impuso, otro concilio puede quitarlo. La negación de la existencia del infierno es la consecuencia lógica de la creencia de que los méritos de la pasión y muerte de Jesucristo nos proveen de la gracia necesaria para alcanzar la vida eterna, sin necesitan de nuestra cooperación. Niega por tanto la libertad de elección del hombre y su mérito o responsabilidad.
También se dan noticia de una serie de libros en los que se difundían las doctrinas luteranas y calvinistas, así como el pensamiento erasmista apoyo de los Reformistas. Y de otros en los que se desprestigiaba a la Iglesia Católica y al Papado.
En el Libro I, Delibes nos presenta a los padres de Cipriano Salcedo, don Bernardo y doña Catalina. Tardaron varios años concebir un hijo. Al nacimiento del enclenque Cipriano sucedió la muerte de doña Catalina y por ende la aparición de una nodriza, joven y hermosa, Minervina, que despertó las pasiones del viudo don Bernardo. Pero la nodriza se hizo respetar y bajo amenaza de abandonar el hogar mantuvo a don Bernardo alejado. Así el viudo buscó otros brazos, que no un nuevo matrimonio, y se hizo con una amante a la que creyó virgen y a la que pagaba un piso en el centro de Valladolid. Pero la supuesta doncella resultó saber mucho más y al poco don Bernardo adquirió el calificativo de cornudo. Pudiera parecer un relato simpático; Delibes ha dedicado más de ciento cincuenta páginas a describir el erotismo de esas relaciones lujuriosas.
El Libro II comprende unas doscientas páginas dedicadas a describir la infancia de Cipriano Salcedo, abandonado y repudiado afectivamente por su padre y efectivamente alejado del hogar y de su nodriza a los ocho años. Poco creíble resulta ver como un rico comerciante de la lana, exportador y ganadero, terrateniente, pudiera abandonar a su hijo en el Hospital de niños Expósitos, so pretexto de someterle a una educación rígida y contundente y mucho menos que su tío, oidor de la Chancillería y también sin hijos, lo permitiese. Esa fue su educación, y así Cipriano Salcedo nos muestra el ambiente del hospicio en el que también se da el vicio y el abuso. Cipriano participa de actividades como el traslado de cadáveres de apestados, etc. Si tuviésemos que buscar un adjetivo que definiese la visión que de sí mismo tiene Cipriano sería “escrupuloso” e inseguro de sí mismo. Pero este ambiente tan duro, ayudado de la formación cultural que recibe allí, terminarán por forjar un carácter noble, fuerte y sin doblez.
Prefiere Cipriano los fríos y los trabajos del orfanato a la mirada fría de su padre, que continúa en la búsqueda lasciva del placer en vez de dedicarse a su hijo. Así, cuando ya está a punto de coronar su formación en el Hospital de Niños Expósitos, muere don Bernardo Salcedo y deja a Cipriano un considerable capital y productivos negocios. Salcedo culmina su formación estudiando leyes y se doctora. Poco a poco se concentra en mejorar sus negocios y en buscar esposa. Intentó recuperar a Minervina, de quien estaba enamorado y con quien había yacido en una ocasión. Terea imposible; busca en otro lugar. Elige a Teodomira, la Reina del Páramo, llamada así entre los pastores por ser la esquiladora más rápida de los pueblos del Páramo entre Valladolid y Medina de Rioseco. Su padre posee el mayor ganado de ovejas del contorno.
La descripción de su vida matrimonial continúa el mismo tono libidinoso utilizado por el autor en el Libro I. Cipriano Salcedo había elegido una mujer que le superaba físicamente en demasía y que terminó despreciándolo por su aspecto físico y porque, al parecer, no conseguía dejarla preñada. Tras varios años sin un hijo, Teodomira terminó por perder la cordura y atacó a su esposo con las tijeras de esquilar. Cipriano se vio en la necesidad de internarla en un hospital para débiles mentales en Medina del Campo.
Lo más importante de este libro no es su vida familiar, ni tan siquiera sus negocios que resultan prósperos y atinados. Lo más importante es el círculo de amistades con los que se rodea. Sostiene amistad con un clérigo, Pedro Cazalla, con doña Leonor Vivero, madre de los Cazallas y con otra serie de personas todas ellas reformistas o luteranas. En este libro se vuelve a citar los principales libros difusores de la herejía luterana y a propósito de ellos, las teorías que en ellos se sostienen: la justificación por la fe, la falibilidad del Papa, que sólo son dos los sacramentos (bautismo y comunión), la inexistencia del Purgatorio, la inconveniencia del celibato sacerdotal… Cipriano, escrupuloso e inseguro, acepta la idea de una confesión directa con Jesucristo - no una confesión oral como hasta ese momento venía haciendo-. Él, que había sido educado en el rigor y el trabajo, comprende rápidamente las críticas de los reformistas a las situaciones de confort y desahogos de algunos eclesiásticos, al vicio de algunos católicos, etc. Es a través de los sermones de Pedro Cazalla, -un clérigo católico que aprovecha su acceso a los conventos para expandir entre las monjas los escritos luteranos y erasmistas- donde bebe Cipriano el Reformismo luterano.
Al poco es invitado a los conventículos o reuniones secretas que tenían lugar en la casa de doña Leonor de Vivero, madre los Cazalla. Un hombre activo como Cipriano Salcedo, pronto encontró atrayente que Pedro Cazalla le encomendase tareas de mucha confianza: conectar a los diferentes miembros reformistas y distribuir los escritos y libros con los que se iban haciendo.
En esas reuniones conoce a Ana Enríquez, joven adinerada y bella que llamó su atención. La muerte de Teodomira, la Reina del Páramo, le hizo sentirse culpable hasta el punto de sentir la necesidad de hacer voto de castidad y de pobreza y comenzó así un proceso de repartición de su patrimonio con los trabajadores de sus negocios.
Tras la muerte de Leonor Vivero, madre de los Cazalla, recibe el encargo de viajar a Alemania para contactar con los luteranos y traer libros que alimentasen sus convicciones.
La estructura de la novela es un relato lineal, salvo por el Preludio que parece haber sido colocado al principio con la intención de dar al lector la sensación de comenzar “in medias res”. Pero muy bien podría se situado al final del Libro II.
Contiene el Libro II numerosas descripciones del paisaje y pueblos castellanos que rodean Valladolid así como escenas de caza del perdigón, momentos en los que Cipriano Salcedo acompañó a Pedro Cazalla, durante sus largas charlas de adoctrinamiento.
Al final del Libro II, se produce la delación de la esposa de uno de los luteranos asistentes al conventículo en casa de los Cazalla. Todos intentan huir y Cipriano Salcedo también.
En el Libro III se narra la conclusión de la historia en poco más de cien páginas. Cipriano es apresado ya en Navarra y traído de vuelta a Valladolid junto con otros tres denunciados. Junto con los otros miembros de su conventículo es recluido en la Prisión Secreta de la Inquisición. Comienzan los interrogatorios y lo que Miguel Delibes trata de exponer es la grandeza de Cipriano Salcedo, la entereza, la rectitud de conciencia y la fortaleza para mantenerse fiel al juramento de “no delación de los componentes de su fraternidad luterana”. Mientras los otros confiesan y acusan para intentar librarse del castigo, Salcedo mantiene silencio y busca a Dios en su corazón. Mientras los clérigos como el doctor Cazalla, manifiestan públicamente su deseo de morir en la fe de la Iglesia Católica y Romana, Cipriano se mantiene en su palabra por creer firmemente que está haciendo lo justo. Asistimos a la canonización del hereje.
El autor cambia la fecha histórica en la que Lutero clava sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, 31 de octubre de 1517, al 17 de octubre de 1517 y decide que sea también la fecha de nacimiento de Cipriano Salcedo. Existe pues, una variación de 16 días.
Conviene señalar que la fecha de nacimiento de Delibes fue el 17 de octubre de 1920. Quizás quiso darnos a entender que la firmeza de carácter de Cipriano Salcedo con la que se mantiene en sus creencias hasta la muerte sean un espejo de la actitud del autor frente a la censura que persiguió sus artículos en el Norte de Castilla. Podría, igualmente, haber escondido en el protagonista de El Hereje otros rasgos de su personalidad, o de sus relaciones sociales.
Convendría entender que, en el Imperio Español, donde no se ponía el sol, terminó en bancarrota precisamente a causa de las guerras de religión en los países Bajos y que los Príncipes Germánicos e Inglaterra las fomentaban y apoyaban económicamente para debilitar al Imperio Español, con Carlos I y con su hijo Felipe II. España no podía permitirse divisiones internas ni políticas ni religiosas, en un momento histórico en el que religión y política se ayudaban mutuamente. De ahí nació el Tribunal de la Inquisición, que, siendo un tribunal civil, cuyos castigos eran ejecutados por el poder civil, se apoyó en el criterio de los expertos en religión, los clérigos. Evidentemente la defensa de la fe católica correspondía a los clérigos. Algunos llevados por exceso en su fe y por las exigencias políticas del momento, dictaminaron con excesiva dureza. No obstante, la Iglesia procuró siempre el arrepentimiento de los herejes.
El auto de fe en el que se condenó a muerte a Cipriano Salcedo y a los Cazalla, junto con otros hasta veinte, tuvo lugar el veinte de mayo de 1559, en la Plaza Mayor. Después del sermón público, “los relatores tomaron juramento al Rey, a los nobles y al pueblo y todos ellos prometieron defender al Santo Oficio y a sus representantes a costa de la vida y un estruendoso vocerío coreó el amén final.” Página 476. Lo que nos lleva a pensar que, en aquel momento, el rey y el pueblo comprendían y querían la paz por encima de la religión. No como en Europa, donde se utilizaba la religión como arma de decisiones políticas. (Véase Imperiofobia, obra de Elvira Roca Barea)
El relativismo actual nos hace juzgar que aquellos excesos lo son porque “la religión ocupa la parte más interior del ser humano” y porque no hay nada como la libertad de creencias. Es fácil sostener esto último en una sociedad acostumbrada a compartir credos e ideas sin que se venga abajo la estabilidad del país, ni su economía. Pero no siempre fue así. Piénsese que los luteranos, beatificados en este relato, fueron los autores de quemas y decapitaciones en los países donde ocupaban el poder: Inglaterra, por ejemplo, que aniquiló a los católicos dentro de sus dominios, no sólo en Gran Bretaña, también en Irlanda. O Suiza, donde el exceso de celo calvinista causó la muerte de numerosos fieles de su confesión no tan radicales.
En esta novela histórica, Delibes aprovecha parte de su material publicado. Después de un primer capítulo genial, donde rehace el ambiente europeo con una conversación entre un luterano, un calvinista y un católico, la novela decae en un tórrido ambiente erótico. El último capítulo describe un idelogizado proceso inquisitoril, bastante alejado de la realidad. Se trata , por tanto, de un intento fallido, pues la buena literatura requiere más para triunfar en la novela histórica: podía haberlo hecho, pero no lo hizo. ¿No quiso o no pudo?
En El hereje, Delibes aborda un tema espinoso personalizado en la vida de Cipriano de modo muy humano y convincente; su acercamiento a la época parece realista (aunque observo cierto anacronismo en la mentalidad de los personajes, como sacados de nuestra época).
Es de alabar que no haya cargado las tintas en las aspectos truculentos de la Inquisición, una vez que elige esa época. Supongo que hay razones de oportunidad, aunque cuánto me alegraría que tratara otras cuestiones positivas de la vida de la Iglesia y de los cristianos: p.ej. la sociedad que vive para hacer una catedral o el ambiente intelectual y humano en Salamanca; o bien otras cuestiones como: la educación de los jóvenes, la formación de obreros y artesanos, la acogida a los que sufren, etc. Ahí quedan universidades y escuelas, hospitales y hospicios, bibliotecas, y cajas de ahorro.
Pero hay que lamentar las páginas en que describe casi fotográficamente la conducta torpe de Bernardo Salcedo con su querida, o las intimidades de alcoba del mismo Cipriano. Me parece que sobran, y no hacen recomendable su lectura. Todos sabemos que los sobreentendidos y las elipsis son recursos clásicos de los artistas para no chapotear en el barro. Por otra parte hay obras bien enfocadas sobre aquella Inquisición como la de Kamen o la más reciente de B.Comella, "La Inquisición española", (Rialp). JOL
Delibes se ha documentado a fondo, aunque no ha pretendido escribir una novela histórica en sentido estricto, sino aprovechar la novelación de aquellos acontecimientos como alegato en defensa de la libertad de las conciencias.
Delibes acierta en la ambientación, en las descripciones de lugares urbanos y de paisajes naturales, en la viveza de numerosos personajes secundarios, y en su dominio del castellano tan característico y grato, que aquí ha procurado adaptar al habla de entonces, especialmente en los diálogos. Sin embargo, a la novela le sobran algunas páginas, sobre todo en su primera mitad: se dan demasiadas explicaciones para situar al protagonista y algunas parecen reiterativas, como las descripciones, de notable mal gusto, de las juergas de su padre con una querida, que se repiten con menor insistencia al relatar la vida marital de Cipriano.
Después, la tensión narrativa se recupera. Delibes describe con objetividad los dramáticos acontecimientos finales y muestra las virtudes y flaquezas de los protagonistas en tan espantoso trance. Para un lector de hoy puede resultar difícil hacerse cargo del valor que tenían la religión y la defensa de la unidad de la fe en el siglo XVI, tanto para la monarquía como para la sociedad en general. Y lo mismo en reinos católicos que en tierras protestantes. La represión del disidente en nombre de la unidad religiosa tuvo también lugar en zonas de predominio del luteranismo y del calvinismo, en este caso contra los católicos. Sin cargar las tintas, de la narración de Delibes se desprende una defensa de la libertad religiosa, que hoy es un valor común.
En sentido positivo: refleja la importancia que tuvo la imprenta para el desarrollo de la doctrina luterana, describe el ambiente de efervescencia espiritual de la Europa posterior al Concilio de Trento, expone acertadamente el interés de los gobernantes y de la jerarquía de la Iglesia por evitar la entrada en España de libros e ideas luteranas, destaca el valor pujante de los libros y bibliotecas como muestra de riqueza económica y cultural, se aprecia cierto paralelismo entre la vida de Lutero y la de Cipriano (infancia dura, conciencia tortuosa), retrata con realismo el ambiente de la alta burguesía, el contraste con la pobreza del pueblo, la amenaza de la guerra (Comuneros de Castilla) y las epidemias mortales, subraya (quizá para producir rechazo en el lector) el concepto de la mujer-hembra que el varón-macho necesita para satisfacer sus deseos.
En sentido negativo: al inicio del libro recoge una cita de Juan Pablo II, animando al estudio e investigación de instituciones conflictivas como la Inquisición española. El lector inicia el libro con la esperanza de esclarecer el caso del Doctor Cazalla, pero no lo consigue, distraído con la azarosa vida de Salcedo. El autor dedica excesivas páginas a describir escenas eróticas, innecesarias para comprender la personalidad del protagonista, quien, no obstante, rechaza las prácticas homosexuales de un compañero de estudios. Llama la atención en un autor consagrado la utilización de palabras actuales (anarquismo, sistematizador, estructura, capitalismo) en boca de una narrador y personajes del siglo XVI.
Conclusión: El protagonista es un perdedor que busca recomponer su vida y su atormentada conciencia con la entonces novedosa doctrina luterana. La gran pregunta sería ¿por qué un autor consagrado recurre al erotismo explícito para vender sus libros? Prefiero dejarla en un paréntesis de olvido y esperar que sus nuevas publicaciones estén al nivel habitual de su pluma.
Beatriz Comella
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Delibes dedica unas 30
Delibes dedica unas 30 páginas al Preludio en el que conocemos al principal personaje, Cipriano Salcedo. En 1577, regresa de un viaje a Alemania y trae con él un cargamento de libros, a la sazón prohibidos bajo pena de condena de la Inquisición. El viaje lo realizó a petición de Agustín Cazalla, el doctor Cazalla, y el objeto del mismo era conocer a Malenchton, sucesor de Lutero, que continuaba la docencia en la universidad de Wittenberg. Regresa Salcedo del viaje en un barco desde Flandes a Laredo. Con el capitán, comparte amistad e ideas Reformistas (defienden la Reforma Luterana), además de otro comerciante andaluz que “había partido cristiano y ahora vuelve luterano”.
En estas treinta páginas encontramos un resumen de las teorías luteranas y erasmistas: no necesitamos nada más que creer, la fe, porque la Pasión de Cristo nos ha redimido de cualquier pecado; sólo existen dos sacramentos el bautismo y la comunión; el matrimonio no es un sacramento por lo tanto el divorcio es aceptado; el celibato sacerdotal es de derecho positivo y lo mismo que un concilio lo impuso, otro concilio puede quitarlo. La negación de la existencia del infierno es la consecuencia lógica de la creencia de que los méritos de la pasión y muerte de Jesucristo nos proveen de la gracia necesaria para alcanzar la vida eterna, sin necesitan de nuestra cooperación. Niega por tanto la libertad de elección del hombre y su mérito o responsabilidad.
También se dan noticia de una serie de libros en los que se difundían las doctrinas luteranas y calvinistas, así como el pensamiento erasmista apoyo de los Reformistas. Y de otros en los que se desprestigiaba a la Iglesia Católica y al Papado.
En el Libro I, Delibes nos presenta a los padres de Cipriano Salcedo, don Bernardo y doña Catalina. Tardaron varios años concebir un hijo. Al nacimiento del enclenque Cipriano sucedió la muerte de doña Catalina y por ende la aparición de una nodriza, joven y hermosa, Minervina, que despertó las pasiones del viudo don Bernardo. Pero la nodriza se hizo respetar y bajo amenaza de abandonar el hogar mantuvo a don Bernardo alejado. Así el viudo buscó otros brazos, que no un nuevo matrimonio, y se hizo con una amante a la que creyó virgen y a la que pagaba un piso en el centro de Valladolid. Pero la supuesta doncella resultó saber mucho más y al poco don Bernardo adquirió el calificativo de cornudo. Pudiera parecer un relato simpático; Delibes ha dedicado más de ciento cincuenta páginas a describir el erotismo de esas relaciones lujuriosas.
El Libro II comprende unas doscientas páginas dedicadas a describir la infancia de Cipriano Salcedo, abandonado y repudiado afectivamente por su padre y efectivamente alejado del hogar y de su nodriza a los ocho años. Poco creíble resulta ver como un rico comerciante de la lana, exportador y ganadero, terrateniente, pudiera abandonar a su hijo en el Hospital de niños Expósitos, so pretexto de someterle a una educación rígida y contundente y mucho menos que su tío, oidor de la Chancillería y también sin hijos, lo permitiese. Esa fue su educación, y así Cipriano Salcedo nos muestra el ambiente del hospicio en el que también se da el vicio y el abuso. Cipriano participa de actividades como el traslado de cadáveres de apestados, etc. Si tuviésemos que buscar un adjetivo que definiese la visión que de sí mismo tiene Cipriano sería “escrupuloso” e inseguro de sí mismo. Pero este ambiente tan duro, ayudado de la formación cultural que recibe allí, terminarán por forjar un carácter noble, fuerte y sin doblez.
Prefiere Cipriano los fríos y los trabajos del orfanato a la mirada fría de su padre, que continúa en la búsqueda lasciva del placer en vez de dedicarse a su hijo. Así, cuando ya está a punto de coronar su formación en el Hospital de Niños Expósitos, muere don Bernardo Salcedo y deja a Cipriano un considerable capital y productivos negocios. Salcedo culmina su formación estudiando leyes y se doctora. Poco a poco se concentra en mejorar sus negocios y en buscar esposa. Intentó recuperar a Minervina, de quien estaba enamorado y con quien había yacido en una ocasión. Terea imposible; busca en otro lugar. Elige a Teodomira, la Reina del Páramo, llamada así entre los pastores por ser la esquiladora más rápida de los pueblos del Páramo entre Valladolid y Medina de Rioseco. Su padre posee el mayor ganado de ovejas del contorno.
La descripción de su vida matrimonial continúa el mismo tono libidinoso utilizado por el autor en el Libro I. Cipriano Salcedo había elegido una mujer que le superaba físicamente en demasía y que terminó despreciándolo por su aspecto físico y porque, al parecer, no conseguía dejarla preñada. Tras varios años sin un hijo, Teodomira terminó por perder la cordura y atacó a su esposo con las tijeras de esquilar. Cipriano se vio en la necesidad de internarla en un hospital para débiles mentales en Medina del Campo.
Lo más importante de este libro no es su vida familiar, ni tan siquiera sus negocios que resultan prósperos y atinados. Lo más importante es el círculo de amistades con los que se rodea. Sostiene amistad con un clérigo, Pedro Cazalla, con doña Leonor Vivero, madre de los Cazallas y con otra serie de personas todas ellas reformistas o luteranas. En este libro se vuelve a citar los principales libros difusores de la herejía luterana y a propósito de ellos, las teorías que en ellos se sostienen: la justificación por la fe, la falibilidad del Papa, que sólo son dos los sacramentos (bautismo y comunión), la inexistencia del Purgatorio, la inconveniencia del celibato sacerdotal… Cipriano, escrupuloso e inseguro, acepta la idea de una confesión directa con Jesucristo - no una confesión oral como hasta ese momento venía haciendo-. Él, que había sido educado en el rigor y el trabajo, comprende rápidamente las críticas de los reformistas a las situaciones de confort y desahogos de algunos eclesiásticos, al vicio de algunos católicos, etc. Es a través de los sermones de Pedro Cazalla, -un clérigo católico que aprovecha su acceso a los conventos para expandir entre las monjas los escritos luteranos y erasmistas- donde bebe Cipriano el Reformismo luterano.
Al poco es invitado a los conventículos o reuniones secretas que tenían lugar en la casa de doña Leonor de Vivero, madre los Cazalla. Un hombre activo como Cipriano Salcedo, pronto encontró atrayente que Pedro Cazalla le encomendase tareas de mucha confianza: conectar a los diferentes miembros reformistas y distribuir los escritos y libros con los que se iban haciendo.
En esas reuniones conoce a Ana Enríquez, joven adinerada y bella que llamó su atención. La muerte de Teodomira, la Reina del Páramo, le hizo sentirse culpable hasta el punto de sentir la necesidad de hacer voto de castidad y de pobreza y comenzó así un proceso de repartición de su patrimonio con los trabajadores de sus negocios.
Tras la muerte de Leonor Vivero, madre de los Cazalla, recibe el encargo de viajar a Alemania para contactar con los luteranos y traer libros que alimentasen sus convicciones.
La estructura de la novela es un relato lineal, salvo por el Preludio que parece haber sido colocado al principio con la intención de dar al lector la sensación de comenzar “in medias res”. Pero muy bien podría se situado al final del Libro II.
Contiene el Libro II numerosas descripciones del paisaje y pueblos castellanos que rodean Valladolid así como escenas de caza del perdigón, momentos en los que Cipriano Salcedo acompañó a Pedro Cazalla, durante sus largas charlas de adoctrinamiento.
Al final del Libro II, se produce la delación de la esposa de uno de los luteranos asistentes al conventículo en casa de los Cazalla. Todos intentan huir y Cipriano Salcedo también.
En el Libro III se narra la conclusión de la historia en poco más de cien páginas. Cipriano es apresado ya en Navarra y traído de vuelta a Valladolid junto con otros tres denunciados. Junto con los otros miembros de su conventículo es recluido en la Prisión Secreta de la Inquisición. Comienzan los interrogatorios y lo que Miguel Delibes trata de exponer es la grandeza de Cipriano Salcedo, la entereza, la rectitud de conciencia y la fortaleza para mantenerse fiel al juramento de “no delación de los componentes de su fraternidad luterana”. Mientras los otros confiesan y acusan para intentar librarse del castigo, Salcedo mantiene silencio y busca a Dios en su corazón. Mientras los clérigos como el doctor Cazalla, manifiestan públicamente su deseo de morir en la fe de la Iglesia Católica y Romana, Cipriano se mantiene en su palabra por creer firmemente que está haciendo lo justo. Asistimos a la canonización del hereje.
El autor cambia la fecha histórica en la que Lutero clava sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, 31 de octubre de 1517, al 17 de octubre de 1517 y decide que sea también la fecha de nacimiento de Cipriano Salcedo. Existe pues, una variación de 16 días.
Conviene señalar que la fecha de nacimiento de Delibes fue el 17 de octubre de 1920. Quizás quiso darnos a entender que la firmeza de carácter de Cipriano Salcedo con la que se mantiene en sus creencias hasta la muerte sean un espejo de la actitud del autor frente a la censura que persiguió sus artículos en el Norte de Castilla. Podría, igualmente, haber escondido en el protagonista de El Hereje otros rasgos de su personalidad, o de sus relaciones sociales.
Convendría entender que, en el Imperio Español, donde no se ponía el sol, terminó en bancarrota precisamente a causa de las guerras de religión en los países Bajos y que los Príncipes Germánicos e Inglaterra las fomentaban y apoyaban económicamente para debilitar al Imperio Español, con Carlos I y con su hijo Felipe II. España no podía permitirse divisiones internas ni políticas ni religiosas, en un momento histórico en el que religión y política se ayudaban mutuamente. De ahí nació el Tribunal de la Inquisición, que, siendo un tribunal civil, cuyos castigos eran ejecutados por el poder civil, se apoyó en el criterio de los expertos en religión, los clérigos. Evidentemente la defensa de la fe católica correspondía a los clérigos. Algunos llevados por exceso en su fe y por las exigencias políticas del momento, dictaminaron con excesiva dureza. No obstante, la Iglesia procuró siempre el arrepentimiento de los herejes.
El auto de fe en el que se condenó a muerte a Cipriano Salcedo y a los Cazalla, junto con otros hasta veinte, tuvo lugar el veinte de mayo de 1559, en la Plaza Mayor. Después del sermón público, “los relatores tomaron juramento al Rey, a los nobles y al pueblo y todos ellos prometieron defender al Santo Oficio y a sus representantes a costa de la vida y un estruendoso vocerío coreó el amén final.” Página 476. Lo que nos lleva a pensar que, en aquel momento, el rey y el pueblo comprendían y querían la paz por encima de la religión. No como en Europa, donde se utilizaba la religión como arma de decisiones políticas. (Véase Imperiofobia, obra de Elvira Roca Barea)
El relativismo actual nos hace juzgar que aquellos excesos lo son porque “la religión ocupa la parte más interior del ser humano” y porque no hay nada como la libertad de creencias. Es fácil sostener esto último en una sociedad acostumbrada a compartir credos e ideas sin que se venga abajo la estabilidad del país, ni su economía. Pero no siempre fue así. Piénsese que los luteranos, beatificados en este relato, fueron los autores de quemas y decapitaciones en los países donde ocupaban el poder: Inglaterra, por ejemplo, que aniquiló a los católicos dentro de sus dominios, no sólo en Gran Bretaña, también en Irlanda. O Suiza, donde el exceso de celo calvinista causó la muerte de numerosos fieles de su confesión no tan radicales.
En esta novela histórica, Delibes aprovecha parte de su material publicado. Después de un primer capítulo genial, donde rehace el ambiente europeo con una conversación entre un luterano, un calvinista y un católico, la novela decae en un tórrido ambiente erótico. El último capítulo describe un idelogizado proceso inquisitoril, bastante alejado de la realidad. Se trata , por tanto, de un intento fallido, pues la buena literatura requiere más para triunfar en la novela histórica: podía haberlo hecho, pero no lo hizo. ¿No quiso o no pudo?
En El hereje, Delibes aborda un tema espinoso personalizado en la vida de Cipriano de modo muy humano y convincente; su acercamiento a la época parece realista (aunque observo cierto anacronismo en la mentalidad de los personajes, como sacados de nuestra época).
Es de alabar que no haya cargado las tintas en las aspectos truculentos de la Inquisición, una vez que elige esa época. Supongo que hay razones de oportunidad, aunque cuánto me alegraría que tratara otras cuestiones positivas de la vida de la Iglesia y de los cristianos: p.ej. la sociedad que vive para hacer una catedral o el ambiente intelectual y humano en Salamanca; o bien otras cuestiones como: la educación de los jóvenes, la formación de obreros y artesanos, la acogida a los que sufren, etc. Ahí quedan universidades y escuelas, hospitales y hospicios, bibliotecas, y cajas de ahorro.
Pero hay que lamentar las páginas en que describe casi fotográficamente la conducta torpe de Bernardo Salcedo con su querida, o las intimidades de alcoba del mismo Cipriano. Me parece que sobran, y no hacen recomendable su lectura. Todos sabemos que los sobreentendidos y las elipsis son recursos clásicos de los artistas para no chapotear en el barro. Por otra parte hay obras bien enfocadas sobre aquella Inquisición como la de Kamen o la más reciente de B.Comella, "La Inquisición española", (Rialp). JOL
Delibes se ha documentado a fondo, aunque no ha pretendido escribir una novela histórica en sentido estricto, sino aprovechar la novelación de aquellos acontecimientos como alegato en defensa de la libertad de las conciencias.
Delibes acierta en la ambientación, en las descripciones de lugares urbanos y de paisajes naturales, en la viveza de numerosos personajes secundarios, y en su dominio del castellano tan característico y grato, que aquí ha procurado adaptar al habla de entonces, especialmente en los diálogos. Sin embargo, a la novela le sobran algunas páginas, sobre todo en su primera mitad: se dan demasiadas explicaciones para situar al protagonista y algunas parecen reiterativas, como las descripciones, de notable mal gusto, de las juergas de su padre con una querida, que se repiten con menor insistencia al relatar la vida marital de Cipriano.
Después, la tensión narrativa se recupera. Delibes describe con objetividad los dramáticos acontecimientos finales y muestra las virtudes y flaquezas de los protagonistas en tan espantoso trance. Para un lector de hoy puede resultar difícil hacerse cargo del valor que tenían la religión y la defensa de la unidad de la fe en el siglo XVI, tanto para la monarquía como para la sociedad en general. Y lo mismo en reinos católicos que en tierras protestantes. La represión del disidente en nombre de la unidad religiosa tuvo también lugar en zonas de predominio del luteranismo y del calvinismo, en este caso contra los católicos. Sin cargar las tintas, de la narración de Delibes se desprende una defensa de la libertad religiosa, que hoy es un valor común.
En sentido positivo: refleja la importancia que tuvo la imprenta para el desarrollo de la doctrina luterana, describe el ambiente de efervescencia espiritual de la Europa posterior al Concilio de Trento, expone acertadamente el interés de los gobernantes y de la jerarquía de la Iglesia por evitar la entrada en España de libros e ideas luteranas, destaca el valor pujante de los libros y bibliotecas como muestra de riqueza económica y cultural, se aprecia cierto paralelismo entre la vida de Lutero y la de Cipriano (infancia dura, conciencia tortuosa), retrata con realismo el ambiente de la alta burguesía, el contraste con la pobreza del pueblo, la amenaza de la guerra (Comuneros de Castilla) y las epidemias mortales, subraya (quizá para producir rechazo en el lector) el concepto de la mujer-hembra que el varón-macho necesita para satisfacer sus deseos.
En sentido negativo: al inicio del libro recoge una cita de Juan Pablo II, animando al estudio e investigación de instituciones conflictivas como la Inquisición española. El lector inicia el libro con la esperanza de esclarecer el caso del Doctor Cazalla, pero no lo consigue, distraído con la azarosa vida de Salcedo. El autor dedica excesivas páginas a describir escenas eróticas, innecesarias para comprender la personalidad del protagonista, quien, no obstante, rechaza las prácticas homosexuales de un compañero de estudios. Llama la atención en un autor consagrado la utilización de palabras actuales (anarquismo, sistematizador, estructura, capitalismo) en boca de una narrador y personajes del siglo XVI.
Conclusión: El protagonista es un perdedor que busca recomponer su vida y su atormentada conciencia con la entonces novedosa doctrina luterana. La gran pregunta sería ¿por qué un autor consagrado recurre al erotismo explícito para vender sus libros? Prefiero dejarla en un paréntesis de olvido y esperar que sus nuevas publicaciones estén al nivel habitual de su pluma.
Beatriz Comella