Novela epistolar. Relata la vida de Elizabeth Alcott Steed a través de la correspondencia que mantuvo con las personas más significativas para ella.
El prólogo es otra carta dirigida al lector y firmada por la autora del libro y nieta de Elizabeth Alcott Steed, Elizabeth Forsythe Hailey, en la que explica lo que la mueve a escribir esta, su primera novela, y la razón por la que eligió el género epistolar. Igualmente nos descubre la devoción que siente por su abuela y las muchas similitudes que existieron entre sus vidas: ambas estudiaron en el Hollins College de Virginia, única institución estadounidense, que enviaba a sus alumnas durante un curso a París y, por lo tanto, ambas compartieron el uso del idioma galo y su interés por la cultura de Francia y Europa.
Y ambas apoyaron a sus esposos económicamente en sus comienzos profesionales.
Las cartas que Elizabeth Forsythe atribuye a su abuela permiten al lector conocer perfectamente el desarrollo de la vida de una mujer norteamericana, casada y con un patrimonio económico desahogado. La vida de su abuela aparece clara y con toda clase de referencias al pensamiento, a la concepción de la vida, de una mujer norteamericana que vivió la primera mitad del siglo XX. Como telón de fondo la crisis bursátil de 1929, la recaudación de los bonos para la Primera Guerra Mundial y su impacto en la economía nacional, el periodo de entre guerras en el que va fraguando el nazismo en Alemania e Italia, la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del general Charles de Gaulle en Francia, el asesinato de John F. Kenedy en Dallas…
No por tratarse del género epistolar, la autora deja de señalar sus preferencias literarias: David Copperfield, de Charles Dickens (pág. 36), Casa de muñecas, de Henrik Ibsen (pág. 37), King Lear, de Shakespeare (pág. 50), Rip Van Winkle, de Washington Irvin (pág. 151), A una urna griega, de John Keats (pág. 160), Louisa May Ascott, Scott Fitzgerald, las obras de Willa Cather, One of Ours, My Antonia, O Pioneers y The Song of the Lark (pág. 226) entre otras citas. La autora da cuenta de varios periódicos de Dallas, de New York, de Londres, de Francia, obras de teatro en la cartelera de la época, óperas y conciertas.
Desde el título hasta el final, la autora señala que la independencia económica de la mujer, mediante la gestión acertada de un patrimonio (caso de su abuela) o mediante un trabajo bien remunerado (caso de Annie Hoffmeyer, la niñera que trabajó en casa de su abuela, y que terminó por estudiar y convertirse en enfermera). No obstante, pese a que la novela se publica en 1978 por primera vez, el éxito en los negocios de su abuela se debe al acertado consejo de algunos hombres empresarios que pasaron por su vida: en primer lugar, su marido Robert Steed, hombre que fue capaz de levantar una empresa aseguradora en Saint Louis y a quien la Primera Guerra Mundial arruinó y le quitó la vida. Otro hombre, Arthur Fineman, a quien conoce en un accidente de tráfico que causó la hospitalización de la madre de la autora en su primera infancia, toma la iniciativa de ayudar a la joven viuda con sus acertados consejos en inversión del patrimonio que resta. Arthur Fineman, superada la crisis económica de Elizabeth, le propone matrimonio.
Elizabeth Alcott Steed, conseguida su independencia económica y viuda no desea compromisos de por vida. Le encanta recibir las atenciones del divorciado Arthur Fineman, su compañía además de sus consejos financieros.
Este es el nudo de la novela: la independencia de la mujer norteamericana que había conseguido el sufragio en 1920 y que deseaba vivir en paridad con el hombre, conducir, viajar por el mundo…
Elizabeth pertenece a la iglesia episcopal, protestante. Para los protestantes, el divorcio entra dentro de sus posibilidades. No obstante, no deja de ser considerado como una manera de resolver un problema, una situación matrimonial no conveniente. En la vida de la protagonista y entre los miembros de su familia no hay ni un solo divorcio. La protagonista, Elizabeth Alcott Steed, aconseja el divorcio a Annie, la niñera que trabaja en su casa, como necesario para su promoción social: quiere seguir estudios de enfermería. Aconseja el divorcio a su amiga Totsie, cuyo marido, Dwight, parece no respetarla y, sobre todo, no acertar en la administración del patrimonio de la esposa. Por cierto, Totsie acepta el matrimonio con Arthur Fineman en cuanto este se lo propone tras la negativa de la protagonista. Pero Elizabeth es la causante de que Dwight continúe en el círculo más próximo de sus amistades y cuando fallece Arthur vuelve a retomar su relación con Totsie y se casan de nuevo. Por su parte, Annie, conseguida su promoción social, acepta de nuevo a su esposo en su vida. No existe otra ruptura que la muerte del cónyuge en esta novela. Triunfan los lazos afectivos y la familia es el punto de referencia de los protagonistas.
La otra cuestión que afecta directamente a la independencia de la mujer son los hijos. La autora se muestra reacia a los nuevos hijos de segundas nupcias que quitarían protagonismo a los ya habidos del primer matrimonio, sin considerar demasiado la tremenda injusticia para el nuevo cónyuge, que también podría desear la paternidad biológica. La autora resuelve el tema exaltando la paternidad afectiva, cuando decide contraer nuevas nupcias con Sam Garner, tercer hombre de éxito en los negocios en su vida, no sin antes hacerle firmar un contrato matrimonial para preservar su independencia económica.
Las relaciones de Elizabeth Alcott Steed con sus hijos y nietos merece igualmente una reflexión pormenorizada: hasta qué punto les concede la independencia que ella ha reclamado para sí reiteradamente.
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Novela epistolar. Relata la
Novela epistolar. Relata la vida de Elizabeth Alcott Steed a través de la correspondencia que mantuvo con las personas más significativas para ella.
El prólogo es otra carta dirigida al lector y firmada por la autora del libro y nieta de Elizabeth Alcott Steed, Elizabeth Forsythe Hailey, en la que explica lo que la mueve a escribir esta, su primera novela, y la razón por la que eligió el género epistolar. Igualmente nos descubre la devoción que siente por su abuela y las muchas similitudes que existieron entre sus vidas: ambas estudiaron en el Hollins College de Virginia, única institución estadounidense, que enviaba a sus alumnas durante un curso a París y, por lo tanto, ambas compartieron el uso del idioma galo y su interés por la cultura de Francia y Europa.
Y ambas apoyaron a sus esposos económicamente en sus comienzos profesionales.
Las cartas que Elizabeth Forsythe atribuye a su abuela permiten al lector conocer perfectamente el desarrollo de la vida de una mujer norteamericana, casada y con un patrimonio económico desahogado. La vida de su abuela aparece clara y con toda clase de referencias al pensamiento, a la concepción de la vida, de una mujer norteamericana que vivió la primera mitad del siglo XX. Como telón de fondo la crisis bursátil de 1929, la recaudación de los bonos para la Primera Guerra Mundial y su impacto en la economía nacional, el periodo de entre guerras en el que va fraguando el nazismo en Alemania e Italia, la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del general Charles de Gaulle en Francia, el asesinato de John F. Kenedy en Dallas…
No por tratarse del género epistolar, la autora deja de señalar sus preferencias literarias: David Copperfield, de Charles Dickens (pág. 36), Casa de muñecas, de Henrik Ibsen (pág. 37), King Lear, de Shakespeare (pág. 50), Rip Van Winkle, de Washington Irvin (pág. 151), A una urna griega, de John Keats (pág. 160), Louisa May Ascott, Scott Fitzgerald, las obras de Willa Cather, One of Ours, My Antonia, O Pioneers y The Song of the Lark (pág. 226) entre otras citas. La autora da cuenta de varios periódicos de Dallas, de New York, de Londres, de Francia, obras de teatro en la cartelera de la época, óperas y conciertas.
Desde el título hasta el final, la autora señala que la independencia económica de la mujer, mediante la gestión acertada de un patrimonio (caso de su abuela) o mediante un trabajo bien remunerado (caso de Annie Hoffmeyer, la niñera que trabajó en casa de su abuela, y que terminó por estudiar y convertirse en enfermera). No obstante, pese a que la novela se publica en 1978 por primera vez, el éxito en los negocios de su abuela se debe al acertado consejo de algunos hombres empresarios que pasaron por su vida: en primer lugar, su marido Robert Steed, hombre que fue capaz de levantar una empresa aseguradora en Saint Louis y a quien la Primera Guerra Mundial arruinó y le quitó la vida. Otro hombre, Arthur Fineman, a quien conoce en un accidente de tráfico que causó la hospitalización de la madre de la autora en su primera infancia, toma la iniciativa de ayudar a la joven viuda con sus acertados consejos en inversión del patrimonio que resta. Arthur Fineman, superada la crisis económica de Elizabeth, le propone matrimonio.
Elizabeth Alcott Steed, conseguida su independencia económica y viuda no desea compromisos de por vida. Le encanta recibir las atenciones del divorciado Arthur Fineman, su compañía además de sus consejos financieros.
Este es el nudo de la novela: la independencia de la mujer norteamericana que había conseguido el sufragio en 1920 y que deseaba vivir en paridad con el hombre, conducir, viajar por el mundo…
Elizabeth pertenece a la iglesia episcopal, protestante. Para los protestantes, el divorcio entra dentro de sus posibilidades. No obstante, no deja de ser considerado como una manera de resolver un problema, una situación matrimonial no conveniente. En la vida de la protagonista y entre los miembros de su familia no hay ni un solo divorcio. La protagonista, Elizabeth Alcott Steed, aconseja el divorcio a Annie, la niñera que trabaja en su casa, como necesario para su promoción social: quiere seguir estudios de enfermería. Aconseja el divorcio a su amiga Totsie, cuyo marido, Dwight, parece no respetarla y, sobre todo, no acertar en la administración del patrimonio de la esposa. Por cierto, Totsie acepta el matrimonio con Arthur Fineman en cuanto este se lo propone tras la negativa de la protagonista. Pero Elizabeth es la causante de que Dwight continúe en el círculo más próximo de sus amistades y cuando fallece Arthur vuelve a retomar su relación con Totsie y se casan de nuevo. Por su parte, Annie, conseguida su promoción social, acepta de nuevo a su esposo en su vida. No existe otra ruptura que la muerte del cónyuge en esta novela. Triunfan los lazos afectivos y la familia es el punto de referencia de los protagonistas.
La otra cuestión que afecta directamente a la independencia de la mujer son los hijos. La autora se muestra reacia a los nuevos hijos de segundas nupcias que quitarían protagonismo a los ya habidos del primer matrimonio, sin considerar demasiado la tremenda injusticia para el nuevo cónyuge, que también podría desear la paternidad biológica. La autora resuelve el tema exaltando la paternidad afectiva, cuando decide contraer nuevas nupcias con Sam Garner, tercer hombre de éxito en los negocios en su vida, no sin antes hacerle firmar un contrato matrimonial para preservar su independencia económica.
Las relaciones de Elizabeth Alcott Steed con sus hijos y nietos merece igualmente una reflexión pormenorizada: hasta qué punto les concede la independencia que ella ha reclamado para sí reiteradamente.