Reginald Arkell tenía setenta años cuando se publicó Recuerdos de un jardinero inglés, en 1950. Apasionado de la horticultura y de la jardinería escribe una pequeña novela con matices de comedia, en la que el protagonista es un jardinero de ochenta años, el señor Pinnegar.
Arkell nos presenta al jardinero, apodado el Viejo Yerbas, en la habitación en la que ha vivido toda su vida y que corresponde a la casita del jardinero del palacio Blenheim, situado en Oxfordshire y construido en el siglo XVIII. Este palacio es bien conocido por ser el lugar de nacimiento de Winston Churchill.
Mientras Pinnegar, el Viejo Yerbas contempla el jardín en el que ha trabajado desde su juventud, su mirada se pierde en el tiempo. Un jueves de noviembre de 1789, se inauguró un canal que unía el Severn y el Támesis a la altura de Lechlade, con una altura media de ciento dos metros, salvados gracias a sesenta y cuatro esclusas. La referencia al canal se debe a que, en su infancia, Pinnegar acostumbraba a jugar en sus inmediaciones. Probablemente, en su manera de ser, tuvo mucho que ver el saber que fue recogido en la puerta de los Pinnegar a los pocos días de vida. La mujer del granjero Pinnegar tenía seis hijos y uno más no suponía gran diferencia por eso le bautizó con el nombre de Herbert y siguió con su vida.
Los años de escuela, y su maestra Mary Brian, supusieron un gran consuelo para Herbert Pinnegar. La casa de la maestra se convirtió en un segundo hogar para el niño y los paseos por el camino de sirga del canal la oportunidad para Mary Brian de transmitir sus grandes conocimientos de flores silvestres pues en torno al canal crecía gran cantidad de ellas. Su extraordinaria habilidad para patinar por el canal helado le ayudó definitivamente a superar su timidez. En su memoria guarda el Concurso Anual de Flores cuando Mary Brian le inscribió en la categoría de Flores Silvestres y le envió a su casa durante una semana para que se preparase. Mary Brian no quería que en el pueblo se dijese que el premio lo había ganado bajo su orientación e influencia.
Herbert, en un principio, consideró la tarea por encima de sus posibilidades, pero se acordó del canal y de la gran cantidad de flores que allí crecían. Durante el concurso quedó tan impresionado por la consideración con la que se dirigían a los jueces que resolvió que de mayor quería ser juez de todos los concursos.
Los jueces estaban acompañados de una encantadora joven de dieciocho años de la que automáticamente, Herbert se enamoró y quien, después de varias horas, le hizo de entrega del sobre que decía “Concurso de flores silvestres para escolares menores de doce años: primer premio, Herbert Pinnegar”.
Poco tiempo después tuvo la oportunidad de conocer el duro trabajo del jardín: acarrear infinidad de cubos de agua; arrodillarse sobre un saco de viejo la mitad del tiempo y plantar eternamente esas pequeñas anuales que se cultivaban en el mantillo de los arbustos al fondo del jardín. Cada año, las hojas de los avellanos se recogían en un montón, y cada primavera ese abono tan bueno se pasaba por una criba para los semilleros, al pie de la vieja tapia de ladrillo.
Al terminar el periodo escolar, los niños acudían al despacho del párroco donde se les hacía un pequeño examen sobre el conocimiento de la biblia y se les pedía su conformidad para integrarse en los trabajos de las granjas. Al llegar a Herbert, el párroco que sorprendió ante la firme respuesta “Yo quiero trabajar en un jardín”. La señorita del concurso, Charlotte, que estaba acompañaba al párroco en la entreviste, le ofreció el primer trabajo a Herbert en su jardín.
A los dieciséis años, el joven Herbert Pinnegar tuvo su primera y última experiencia amorosa llevado del entusiasmo que le producía una joven doncella que también trabajaba para la señora Charlotte, Soph. Soph utilizó la candidez de Pinnegar para conseguir un ramo de orquídeas para el baile. Soph fue despedida y Pinnegar recibió una reprimenda a correazos por parte del señor Addis, encargado del jardín en aquel momento.
Charlotte Charteris era demasiado lista para poner en práctica artificios al estilo Pigmalión. Pero sí que imprimió una adecuada orientación a su relación entre patrón considerado y un miembro excelente de una plantilla excelente.
“Con el cambio de siglo murió la reina Victoria. Bert Pinnegar fue rechazado por el ejército. Y le encargaron del invernadero. Entonces recordó que las fresas no tenían nada que temer del invierno, excepto cuando tienen flor. Por eso hay que tenerlos al aire libre hasta febrero que es cuando empiezan a florecer, y entonces, meterlos en el invernadero.” Y sorprendió a la señora Charlotte con fresas en abril.
La señora Charteris, siguiendo los pasos de la reina Victoria visitó, en la Costa Azul, los jardines de flores de Grasse y los de la Mortola, justo en la frontera italiana. Regresó fascinada por las ipomenas azules, Ipomea Teari. A su regreso se lo contó a Pinnegar y el jardinero consiguió sorprenderla una vez más.
En cuanto a la profundización psicológica del personaje Herbert Pinnegar, Arkell lo ha caracterizado como una persona reflexiva y paciente, con un equilibrio emocional capaz de controlar las salidas de tono de sus subordinados, los ayudantes en el jardín. Con los años se ganó el aprecio de sus vecinos y llegó el momento en que se le pedía opinión en el Comité Parroquial y en el Consejo de la ciudad. Por prudencia sus charlas eran breves y se limitaban siempre a la jardinería. De hecho, cuando tenía tiempo, leía libros de jardinería y llegó a ser considerado una autoridad en la materia.
Y llegó su gran día con motivo del Concurso de jardines de estaciones ferroviarias. Un comité de inspección visitó la estación en el mes de octubre y conoció al jardinero Pinnegar. Tres meses después se supo que el primer premio de estación ferroviaria de la Zona Occidental había sido otorgado al señor Honey, jefe de estación de Swancombe Junction que fue quien convenció a Pinnegar para participar.
Los Recuerdos de un jardinero inglés son ciertamente deliciosos. Estamos ante una historia situada entre siglo XIX y siglo XX, con dos guerras mundiales por medio, pero que se desarrolla en una mansión inglesa con un gran jardín. Sobre todo, hay un personaje encantador, el jardinero, del que se cuenta su vida, desde niño hasta ya muy mayor, y todo en un libro breve, de poco más de 200 páginas, que se lee con gran interés y gusto, porque es una historia amable, con buen humor y muy bien escrita. Al tratarse de un jardinero y hablarse mucho de flores y árboles, al principio pensé que no me iba a interesar, porque de eso no sé nada. Pero no hay problema; aunque se describan jardines y parterres con frecuencia, no se pierde en ningún momento el hilo de la historia, que resulta simpática y atrayente. Se lee con sumo gusto.
Narración de muy grata lectura, que gustará especialmente a todos los amantes de la jardinería y de la horticultura, pero no solo a ellos. Bert Pinnegar, el "Viejo Yerbas", recuerda su vida de jardinero en una mansión inglesa, desde los comienzos hasta el final, cuando ya solo atiende un invernadero del lugar y son otros los dueños de la finca. Su vida ha sido la jardinería, una historia de pasión por el trabajo bien hecho, de superación, llena de toques de humor, pero también sobre las relaciones entre dueños y empleados, sobre las rivalidades entre los jardineros, etc., y sobre los cambios generacionales... Prosa de calidad, con una buena traducción de Ángeles de los Santos. Un clásico de la literatura inglesa del siglo pasado. Luis Ramoneda
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Reginald Arkell tenía setenta
Reginald Arkell tenía setenta años cuando se publicó Recuerdos de un jardinero inglés, en 1950. Apasionado de la horticultura y de la jardinería escribe una pequeña novela con matices de comedia, en la que el protagonista es un jardinero de ochenta años, el señor Pinnegar.
Arkell nos presenta al jardinero, apodado el Viejo Yerbas, en la habitación en la que ha vivido toda su vida y que corresponde a la casita del jardinero del palacio Blenheim, situado en Oxfordshire y construido en el siglo XVIII. Este palacio es bien conocido por ser el lugar de nacimiento de Winston Churchill.
Mientras Pinnegar, el Viejo Yerbas contempla el jardín en el que ha trabajado desde su juventud, su mirada se pierde en el tiempo. Un jueves de noviembre de 1789, se inauguró un canal que unía el Severn y el Támesis a la altura de Lechlade, con una altura media de ciento dos metros, salvados gracias a sesenta y cuatro esclusas. La referencia al canal se debe a que, en su infancia, Pinnegar acostumbraba a jugar en sus inmediaciones. Probablemente, en su manera de ser, tuvo mucho que ver el saber que fue recogido en la puerta de los Pinnegar a los pocos días de vida. La mujer del granjero Pinnegar tenía seis hijos y uno más no suponía gran diferencia por eso le bautizó con el nombre de Herbert y siguió con su vida.
Los años de escuela, y su maestra Mary Brian, supusieron un gran consuelo para Herbert Pinnegar. La casa de la maestra se convirtió en un segundo hogar para el niño y los paseos por el camino de sirga del canal la oportunidad para Mary Brian de transmitir sus grandes conocimientos de flores silvestres pues en torno al canal crecía gran cantidad de ellas. Su extraordinaria habilidad para patinar por el canal helado le ayudó definitivamente a superar su timidez. En su memoria guarda el Concurso Anual de Flores cuando Mary Brian le inscribió en la categoría de Flores Silvestres y le envió a su casa durante una semana para que se preparase. Mary Brian no quería que en el pueblo se dijese que el premio lo había ganado bajo su orientación e influencia.
Herbert, en un principio, consideró la tarea por encima de sus posibilidades, pero se acordó del canal y de la gran cantidad de flores que allí crecían. Durante el concurso quedó tan impresionado por la consideración con la que se dirigían a los jueces que resolvió que de mayor quería ser juez de todos los concursos.
Los jueces estaban acompañados de una encantadora joven de dieciocho años de la que automáticamente, Herbert se enamoró y quien, después de varias horas, le hizo de entrega del sobre que decía “Concurso de flores silvestres para escolares menores de doce años: primer premio, Herbert Pinnegar”.
Poco tiempo después tuvo la oportunidad de conocer el duro trabajo del jardín: acarrear infinidad de cubos de agua; arrodillarse sobre un saco de viejo la mitad del tiempo y plantar eternamente esas pequeñas anuales que se cultivaban en el mantillo de los arbustos al fondo del jardín. Cada año, las hojas de los avellanos se recogían en un montón, y cada primavera ese abono tan bueno se pasaba por una criba para los semilleros, al pie de la vieja tapia de ladrillo.
Al terminar el periodo escolar, los niños acudían al despacho del párroco donde se les hacía un pequeño examen sobre el conocimiento de la biblia y se les pedía su conformidad para integrarse en los trabajos de las granjas. Al llegar a Herbert, el párroco que sorprendió ante la firme respuesta “Yo quiero trabajar en un jardín”. La señorita del concurso, Charlotte, que estaba acompañaba al párroco en la entreviste, le ofreció el primer trabajo a Herbert en su jardín.
A los dieciséis años, el joven Herbert Pinnegar tuvo su primera y última experiencia amorosa llevado del entusiasmo que le producía una joven doncella que también trabajaba para la señora Charlotte, Soph. Soph utilizó la candidez de Pinnegar para conseguir un ramo de orquídeas para el baile. Soph fue despedida y Pinnegar recibió una reprimenda a correazos por parte del señor Addis, encargado del jardín en aquel momento.
Charlotte Charteris era demasiado lista para poner en práctica artificios al estilo Pigmalión. Pero sí que imprimió una adecuada orientación a su relación entre patrón considerado y un miembro excelente de una plantilla excelente.
“Con el cambio de siglo murió la reina Victoria. Bert Pinnegar fue rechazado por el ejército. Y le encargaron del invernadero. Entonces recordó que las fresas no tenían nada que temer del invierno, excepto cuando tienen flor. Por eso hay que tenerlos al aire libre hasta febrero que es cuando empiezan a florecer, y entonces, meterlos en el invernadero.” Y sorprendió a la señora Charlotte con fresas en abril.
La señora Charteris, siguiendo los pasos de la reina Victoria visitó, en la Costa Azul, los jardines de flores de Grasse y los de la Mortola, justo en la frontera italiana. Regresó fascinada por las ipomenas azules, Ipomea Teari. A su regreso se lo contó a Pinnegar y el jardinero consiguió sorprenderla una vez más.
En cuanto a la profundización psicológica del personaje Herbert Pinnegar, Arkell lo ha caracterizado como una persona reflexiva y paciente, con un equilibrio emocional capaz de controlar las salidas de tono de sus subordinados, los ayudantes en el jardín. Con los años se ganó el aprecio de sus vecinos y llegó el momento en que se le pedía opinión en el Comité Parroquial y en el Consejo de la ciudad. Por prudencia sus charlas eran breves y se limitaban siempre a la jardinería. De hecho, cuando tenía tiempo, leía libros de jardinería y llegó a ser considerado una autoridad en la materia.
Y llegó su gran día con motivo del Concurso de jardines de estaciones ferroviarias. Un comité de inspección visitó la estación en el mes de octubre y conoció al jardinero Pinnegar. Tres meses después se supo que el primer premio de estación ferroviaria de la Zona Occidental había sido otorgado al señor Honey, jefe de estación de Swancombe Junction que fue quien convenció a Pinnegar para participar.
Los Recuerdos de un jardinero
Los Recuerdos de un jardinero inglés son ciertamente deliciosos. Estamos ante una historia situada entre siglo XIX y siglo XX, con dos guerras mundiales por medio, pero que se desarrolla en una mansión inglesa con un gran jardín. Sobre todo, hay un personaje encantador, el jardinero, del que se cuenta su vida, desde niño hasta ya muy mayor, y todo en un libro breve, de poco más de 200 páginas, que se lee con gran interés y gusto, porque es una historia amable, con buen humor y muy bien escrita. Al tratarse de un jardinero y hablarse mucho de flores y árboles, al principio pensé que no me iba a interesar, porque de eso no sé nada. Pero no hay problema; aunque se describan jardines y parterres con frecuencia, no se pierde en ningún momento el hilo de la historia, que resulta simpática y atrayente. Se lee con sumo gusto.
Narración de muy grata
Narración de muy grata lectura, que gustará especialmente a todos los amantes de la jardinería y de la horticultura, pero no solo a ellos. Bert Pinnegar, el "Viejo Yerbas", recuerda su vida de jardinero en una mansión inglesa, desde los comienzos hasta el final, cuando ya solo atiende un invernadero del lugar y son otros los dueños de la finca. Su vida ha sido la jardinería, una historia de pasión por el trabajo bien hecho, de superación, llena de toques de humor, pero también sobre las relaciones entre dueños y empleados, sobre las rivalidades entre los jardineros, etc., y sobre los cambios generacionales... Prosa de calidad, con una buena traducción de Ángeles de los Santos. Un clásico de la literatura inglesa del siglo pasado. Luis Ramoneda