Deliciosa obrita de grandísima calidad literaria en la que, mediante una suerte de flujo de conciencia, el autor nos presenta los más profundos sentimientos de un adolescente: impresiones de infancia, remordimientos por un pecado, rayanos al escrúpulo, pero fruto de una fe sólida y profunda, el primer amor, alegría de vivir... Todo ello enmarcado en un ambiente asturiano, gijonés, para más señas, magistralmente recreado. Pero esto último quizás solo lo apreciemos los que hemos crecido allí.
Publicada en 1952, es la única novela del autor, olvidada durante años y rescatada en 1987. En apenas cien páginas agrupadas en tres escenas –verano, invierno y verano otra vez-, el protagonista, un niño que entra en la adolescencia, relata su amor por su prima Helena. Sus sentimientos son al principio confusos, enmascarados en sus juegos infantiles. Con el correr de los meses, van adquiriendo la categoría de ese primer amor, que –en palabras de Aleixandre- se confunde "con la pujanza de la naturaleza radiante". Con la pérdida de la inocencia llegarán los remordimientos, siempre obtusos a esa edad, el descubrimiento de la vida como una terrible batalla entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el consuelo de Dios ante el galimatías de las pasiones. El mundo de los adultos se vuelve poco a poco comprensible y nacen las grandes preguntas y la búsqueda de respuestas a pecho descubierto: la imaginación infantil se pone al servicio del recién estrenado uso de razón para acometer la multitud de enigmas que encierran la historia, el mundo y la naturaleza. Entre ellos, el amor ocupa un lugar capital, y a él se entrega el protagonista con la intensidad e ingenuidad que requiere: "El corazón me llenaba todo el pecho, me hinchaba todo el cuerpo de sangre caliente, me llenaba la boca de sal, llenaba el mundo de alegría rabiosa, de ardor, de colores afilados como cuchillos y a la vez blandos como las hojas de una amapola, como la miel, como la leche recién ordeñada". La decidida y fascinante simpatía de sus argumentaciones enmarañadas pero llenas de sentido común, el entusiasmo con que se abre a la vida, la vacilación de la incipiente inteligencia ante la comprensión del mundo convierten estas páginas en una pequeña joya que debe figurar con justicia entre las mejores y más originales realizaciones de la narrativa castellana del siglo XX.
Se trata de una novela que mantiene atrapado al lector de principio a fin por medio de un estilo limpio, suave y por el contacto directo con la entrañable y tierna protagonista, Helena, una joven adolescente, sensible a su exterior y que hace que uno también se sensibilice a lo largo de las siete escenas narradas en este pequeño libro. Cada escena narrada es independiente, una especie de cuadro donde la naturaleza y el amor se entremezcla y permite al lector unirse a la psicología femenina.
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Deliciosa obrita de
Deliciosa obrita de grandísima calidad literaria en la que, mediante una suerte de flujo de conciencia, el autor nos presenta los más profundos sentimientos de un adolescente: impresiones de infancia, remordimientos por un pecado, rayanos al escrúpulo, pero fruto de una fe sólida y profunda, el primer amor, alegría de vivir... Todo ello enmarcado en un ambiente asturiano, gijonés, para más señas, magistralmente recreado. Pero esto último quizás solo lo apreciemos los que hemos crecido allí.
Publicada en 1952, es la única novela del autor, olvidada durante años y rescatada en 1987. En apenas cien páginas agrupadas en tres escenas –verano, invierno y verano otra vez-, el protagonista, un niño que entra en la adolescencia, relata su amor por su prima Helena. Sus sentimientos son al principio confusos, enmascarados en sus juegos infantiles. Con el correr de los meses, van adquiriendo la categoría de ese primer amor, que –en palabras de Aleixandre- se confunde "con la pujanza de la naturaleza radiante". Con la pérdida de la inocencia llegarán los remordimientos, siempre obtusos a esa edad, el descubrimiento de la vida como una terrible batalla entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el consuelo de Dios ante el galimatías de las pasiones. El mundo de los adultos se vuelve poco a poco comprensible y nacen las grandes preguntas y la búsqueda de respuestas a pecho descubierto: la imaginación infantil se pone al servicio del recién estrenado uso de razón para acometer la multitud de enigmas que encierran la historia, el mundo y la naturaleza. Entre ellos, el amor ocupa un lugar capital, y a él se entrega el protagonista con la intensidad e ingenuidad que requiere: "El corazón me llenaba todo el pecho, me hinchaba todo el cuerpo de sangre caliente, me llenaba la boca de sal, llenaba el mundo de alegría rabiosa, de ardor, de colores afilados como cuchillos y a la vez blandos como las hojas de una amapola, como la miel, como la leche recién ordeñada". La decidida y fascinante simpatía de sus argumentaciones enmarañadas pero llenas de sentido común, el entusiasmo con que se abre a la vida, la vacilación de la incipiente inteligencia ante la comprensión del mundo convierten estas páginas en una pequeña joya que debe figurar con justicia entre las mejores y más originales realizaciones de la narrativa castellana del siglo XX.
Se trata de una novela que mantiene atrapado al lector de principio a fin por medio de un estilo limpio, suave y por el contacto directo con la entrañable y tierna protagonista, Helena, una joven adolescente, sensible a su exterior y que hace que uno también se sensibilice a lo largo de las siete escenas narradas en este pequeño libro. Cada escena narrada es independiente, una especie de cuadro donde la naturaleza y el amor se entremezcla y permite al lector unirse a la psicología femenina.