Es extraño, en el fondo, pensar que la imaginación y la educación son cosas opuestas. Sobre todo, porque a lo largo de la historia de la humanidad, en todas las culturas, educar ha consistido, principalmente, en educar la imaginación. Pero nosotros, contemporáneos de nosotros mismos, hemos llegado a pensar que la imaginación es una válvula de escape emocional, algo que debe tener lugar fuera del aula. Sin embargo, nunca ha habido educación moral valiosa sin cuentos, poemas, relatos, novelas… sin tomarse en serio la imaginación. La modernidad, cuando se pone ilustrada, desconfía de la imaginación; cuando se pone romántica, desconfía de la razón. ¿No sería el momento de superar estas oposiciones? Una imaginación razonable necesita educación. Una razón imaginativa, también. Es lo mismo: para aspirar a ser quienes queremos ser, hemos de poder imaginarnos. Tener imágenes de nosotros mismos, propuestas atractivas, imágenes disponibles. Lo dice hoy el filósofo MacIntyre, y ya lo había dicho Aristóteles, de otra manera, hace veinticinco siglos.