Historia de la ciudad de Babilonia. Abarca desde la Primera Dinastía, cuyo rey más importante fue Hammurabi, hasta la destrucción final de la ciudad por el persa Jerjes I. Alejandro Magno conquistó Babilonia en el año 331 a.C. y quiso reconstruir sus monumentos, incluido el célebre zigurat, pero antes de que pudiera hacerlo le alcanzó la muerte. La ciudad había tenido un periodo de esplendor con Nabucodonosor II que, entre otra empresas militares, destruyó Jerusalén y estableció a los judíos en Babilonia. El libro incorpora, como Epílogo, una descripción de la ciudad de Bagdad a ochenta y cinco kilómetros de las ruinas de aquella ciudad.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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1963 |
205 |
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Así comienza el Prólogo al Código del rey Hammurabi: "Anum y Enlil (dioses del cielo y de la tempestad) me encargaron de organizar el bienestar del pueblo, a mí, Hammurabi, el devoto, el príncipe temeroso de Dios, para que hiciera prevalecer la justicia en este país, para que destruyera al perverso y al malvado, para que el fuerte no oprimiera al débil. Hammurabi, el pastor, el que hace que abunden la afluencia y la prosperidad..., el que almacena grano, que distribuye con toda seguridad la parte que a cada cual corresponde..., que cuida de que se haga justicia al huérfano y a la viuda". El texto contiene un sentido natural de la justicia y buen gobierno que luego volveremos a encontrar en los escritos bíblicos. Sin embargo los deseos de equidad y de paz son poco constantes en los hombres y los reyes más notables de Babilonia no se caracterizaron por impartir justicia y distribuir grano, sino más bien por destruir las ciudades de sus enemigos e imponerles pesados tributos; especialmente fue así con las dinastías asiria y neobabilonia. Pero aun así estos reyes guerreros tenían un sentido religioso. En la biblioteca del asirio Asurbanipal se ha encontrado una oración que guarda paralelismo con los salmos penitenciales del rey David. Dice así: " Oh, Señor mis transgresiones son muchas; grandes son mis pecados. Dios me ha enviado el sufrimiento. Aunque voy constantemente en busca de ayuda nadie me tiende la mano. Cuando lloro nadie viene a mi lado. Me lamento y gimo, pero nadie me oye. Me siento confuso, abrumado, no puedo ver... -y continúa en el mismo tono hasta que concluye suplicando-: Tu servidor está atrapado en las aguas de una ciénaga, tómale de la mano. El pecado que he cometido conviértelo en bondad... Arráncame mis delitos como si fueran mi ropa". Y el canto a la diosa Ishtar, diosa del amor y de la muerte simbolizada por el planeta Venus, es un canto de súplica y liberación que se convierte en alabanza por la hermosura de la diosa. Todo ello hace que nos preguntemos: ¿Dónde está hoy el sentido religioso que tenían los pueblos antiguos? ¿En qué lugar de la historia se ha perdido dejando al hombre solo? En el Epílogo el autor nos describe a Bagdad a mediados del siglo XX: "Junto a las puertas de las tiendas los comerciantes fuman sus pipas mientras van contando sus anécdotas. Aquí se encuentra también el memorialista, que ha establecido su barraca junto al vendedor de pipas y espera filosóficamente la llegada de los clientes. Por la calle van los armenios con sus odres de agua de regaliz" ¿Qué es lo que ha ocurrido para que cincuenta años más tarde los mismos pueblos no puedan vivir juntos? Para que el armenio cristiano tenga que huir, el memorialista proclame su odio y en el mercado se vendan armas. Mucho se ha perdido, a lo largo de los siglos, del gobierno misericordioso del que se ufanaba Hammurabi o de la voluntad de convivencia que amalgamaba a los pueblos del antiguo imperio turco. Hoy sólo queda el deseo de destrucción de los enemigos que movió a reyes como Senaquerib, Asurbanipal o Nabucodonosor, y el sentido religioso de los pueblos se ha convertido en yihad: guerra.