En el convulso Madrid de finales del siglo XIX, Víctor Ros, antiguo delincuente de poca monta convertido en subinspector de policía, gracias a la ayuda de un generoso amigo, debe hacer frente a su primer caso. En la Casa Aranda se ha producido una extraña serie de asesinatos. Según parece, la lectura de La Divina Comedia de Dante es la que incita a las esposas que habitan la casa a intentar asesinar a sus respectivos maridos.
En paralelo, Víctor Ros investiga por su cuenta la misteriosa trama de varias prostitutas asesinadas en poco tiempo, a la que nadie más en el cuerpo de policía quiere prestar la más mínima atención. Los dos casos, de muy distinta índole pero de similar complejidad, le causarán graves quebraderos de cabeza al subinspector.
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Cuarta novela del autor, escrita en 2003. Comienza el libro por presentarnos el nacimiento del personaje, el subinspector Ros, que de humilde carterista pasa a ser un avispado y culto policía-investigador, gracias a la liberalidad y buen hacer de un policía ejemplar que intuye lo que podría llegar a ser el pillete. Nace así un personaje que va a resultarnos familiar si tenemos un cierto conocimiento de uno de los más celebres investigadores de la literatura universal: Sherlock Holmes. A Ros se le va a asignar también un “Watson” peculiar, en su amigo y policía Alfredo, hombre mayor y con experiencia que tras los primeros encuentros se rinde a la ciencia y a la modernidad de Ros, que aparece como precursor de la ciencia forense llevado de la mano de un extravagante personaje traído con alfileres y que acaba por copar toda la atención del lector. En esta primera novela se va a descubrir la vida familiar definitiva del personaje y hasta su carácter anticlerical, aquí levemente dibujado y en novelas posteriores de una agresividad ridiculizante, casi absurda.
La novela transcurre en el Madrid de 1880 y está salpicada de anécdotas y de historias de la ciudad, pero que muchas veces no vienen a cuento, son superfluas y al margen de los dos casos que en paralelo investiga el subinspector.
El personaje no acaba de estar bien tramado y el autor tiene que recurrir una y otra vez a hablar de un modo explícito de sus virtudes sin lograr mostrarlas inductivamente con su forma de actuar. En muchos casos es ridículo y superficial. Los mismos diálogos son muy artificiosos y se abusa de una supuesta manera de hablar castiza y decimonónica.
Si hemos leído alguna literatura del género, sabemos bien que lo importante es un caso bien construido, medianamente realista, y un final satisfactorio. Aquí ninguno de los dos presupuestos se cumplen. Tanto en el caso que da nombre a la novela como en el paralelo, abusando además de las prostitutas, a las que igual ensalza como humilla. El desenlace es por la vía rápida, la de la confesión de los malhechores: es evidente que algunos de los que quedaban tenía que ser el asesino, pero no cabe más remedio qué preguntarse: ¿pero así?, ¿tan poco natural?
Resumiendo: de momento no estamos ante una gran novela, aunque ya vaya por la 6ª edición, pero tampoco, y lo sabemos muy bien, en estos momentos, el vender mucho no es sinónimo de calidad