Construido en 1930, el edificio Yacobián está situado en pleno centro comercial de El Cairo. Anteriormente inmueble lujosos para los ricos residentes de la zona, ha entgrado en un proceso de decadencia.
Por la novela vemos desfilar a los habitantes variopintos de este edificio: un miembro de la vieja aristocracia, un ingeniero de más de sesenta años que mantiene su piso para los encuentros con sus amantes, o un corrupto político y uno de los hombres más ricos de la ciudad.
por otro lado, las pequeñas buhardillas están ocupadas por trabajadores y familias muy pobres, como la bella Busayna, que acaba de perder a su padre y tiene que buscar un trabajo para sostener a su familia. Su novio, el hijo del portero, es un joven demasiado inteligente para sus estatus y, desilusionado con el rumbo que toma su vida, contacta con un grupo radical.
Alaa Al Aswany entrelaza las vidas de unos seres humanos con sus pasiones y debilidades, y refleja la idiosincrasia de la sociedad egipcia contemporánea.
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El Egipto de la época moderna vivió la invasión napoleónica hasta que en 1805 consiguió su independencia. Pero las necesidades monetarias para la construcción del canal de Suez le llevaron a convertirse en un protectorado británico en 1882, hasta conseguir de nuevo la independencia en1922 con una nueva constitución y un régimen parlamentario. No obstante, las continuas injerencias británicas provocaron la revolución de 1952, con la abdicación del rey Faruk I, y que llevó al gobierno al coronel Gamal Abdel Nasser como Presidente. Cuando el rey sale del país, en 1956, todos los europeos son invitados a seguir su ejemplo.
Nasser declaró la titularidad pública del Canal de Suez lo que supuso una importante mejora para la Tesorería egipcia, aunque para ello tuvo que enfrentarse militarmente en 1956 a las tropas conjuntas francesas, inglesas e israelíes que intentaron derrocar al gobierno sin conseguirlo (Crisis de Suez). Esta victoria militar colocó a Nasser a la cabeza de los líderes de Oriente Medio y como ejemplo a seguir por el mundo árabe para desembarazarse de las injerencias extranjeras.
Construido en 1930, el edificio Yacobián está situado en pleno centro comercial de El Cairo. Anteriormente inmueble lujoso para los ricos residentes de la zona, ha entrado en un proceso de decadencia a lo largo de los años.
Este inmueble sirve de pretexto al autor para presentar al lector las vidas de hombres y mujeres del Egipto de finales del siglo XX: un mosaico representativo de la sociedad del Cairo en el que se ven representadas todas las clases sociales.
La presentación que el autor ofrece al lector de todas esas vidas sigue un relato lineal aunque a través de los personajes ancianos encuentra el recurso para ofrecer pinceladas de algunos hechos históricos como la citada revolución de 1952 y sus consecuencias.
El relato de las vidas de los personajes se interrumpe para que el lector conozca la continuación de otras vidas paralelas, vecinas, como los distintos apartamentos o buhardillas del edificio Yacobán.
Las vidas se entrecruzan y a través del actuar de los personajes el lector comprende que la humanidad con todos sus vicios y virtudes es universal; no conoce barreras de raza ni religión.
La indefensión que recorre toda la escala social, la inexistencia del concepto de derecho civil y la ineficacia, cuando no la corrupción de la justicia, provocan en el lector occidental un rechazo casi hasta la incredulidad.
Nos acercamos pues a la terrible situación en la que viven los habitantes no sólo de Egipto, sino también a la de muchos países del mundo musulmán, donde el dinero es capaz de someter la voluntad de las mujeres que aún queriendo llevar una vida limpia se ven abocadas a transigir con el abuso; a la de hombres sometidos a la sodomía por la necesidad de comer y la crueldad del que sodomiza, que se auto justifica por el abandono de sus padres; a la voluntad del esposo que se casa a escondidas con una segunda mujer bajo condición de que no puede haber hijos y si los hay se obliga a la esposa a someterse al aborto; la corrupción del poder que aúpa en las elecciones al parlamento para pasar la factura posteriormente; la maldad de la familia –de la mujer, hermana- que por hacerse con los bienes patrimoniales de un hermano sin descendencia trata de declarar al hermano incapaz de administrar su patrimonio…
Quizás la historia que más conmueve al lector, por su condición de héroe, de luchador contra la corrupción, contra la injusticia, contra la violación reiterada de los derechos humanos sea la del joven Taha Shazli, el hijo del portero del edificio Yacobián. Inteligente y trabajador es rechazado por su status social en su intento por acceder al cuerpo de policía.
Taha, entonces, decide estudiar derecho, y es en la universidad donde tomará contacto con un grupo de extremistas musulmanes. Y el lector fácilmente entrevé que el destino de Taha pasará por el martirio.
La historia de su amada Busayna, con feliz final, tampoco nos deja indiferentes.
Compaginar la historia, el desarrollo económico y las tradiciones, en la vida propia es difícil. La altura moral de una persona, y por ende de una sociedad, se mide por el grado de coherencia entre lo que se piensa que “es bueno” y la forma en la que se actúa de acuerdo o no con ese criterio.
En la novela nos encontramos a una sociedad en la que el decir y el obrar van en desacuerdo frecuentemente. El autor nos presenta a líderes espirituales enfrascados en la búsqueda de argumentos coránicos para defender la participación de Egipto en la liberación de Kuwait, luchando contra los musulmanes iraquíes.
Igualmente asistimos a la conversación de un Sheij con Suad, la esposa embarazada de un parlamentario corrupto que no desea el hijo y quiere hacerla abortar:
“-No te hablo del asunto desde mi punto de vista, Dios me perdone, sólo te ofrezco argumentos reconocidos legalmente. Respetables alfaquíes han afirmado que deshacerse del feto antes del tercer mes no constituye un asesinato si hay circunstancias atenuantes.
-¿Me está diciendo que si aborto no estaré cometiendo un pecado? No puedo creerle, aunque me lo jure por el Corán” págs. 184-185.
El lector puede quedar sorprendido de las continuas alabanzas a Alá, al comienzo y al final de toda conversación; sobre todo entre los poderosos.
Ese alabar a Alá en público, rezar en público, resulta muy chocante para una sociedad secularizada como la occidental. Pero no todo lo que parece piedad lo es.
Baste recordar que cualquier musulmán puede denunciar a otra de haber blasfemado y el denunciado puede ser privado de libertad durante años aún si no hubiese testigos.
Los poderosos necesitan protegerse alabando incesantemente y en público a Alá. Nadie podrá acusarles falsamente de blasfemia cuando todos han oído sus reiteradas alabanzas: miedo a la extorsión, tal vez.
Los que parecen luchar por la autenticidad, lo hacen por “su deseo de sacrificar sus vidas por la causa de Dios y su profundo desprecio por los efímeros placeres terrenales. Alá les ofreció la guerra santa como medio para propagar su palabra. La yihad es un deber del musulmán: igual que la oración o el ayuno. Aún más, es el deber más importante de todos.
Cuando los musulmanes abandonan la yihad se convierten en esclavos de este mundo, codiciosos, temerosos de la muerte, cobardes…
No queremos una nación socialista ni democrática. ¡Queremos un estado islámico! Islam y democracia con contrarios y nunca podrán convivir.” Págs. 101, 102 y 103.
Quizás la educación, la democracia y la justicia social sean la única salida para la sociedad egipcia. Quizás sea ese el mensaje que el autor quiere trasladar al lector.