Octubre de 1921. Angelina Beloff, pintora rusa exiliada en París, envía una carta tras otra a su amado Diego Rivera, su compañero desde hace diez años, que la ha dejado abandonada y se ha marchado a México sin ella. Angelina, a quien Diego se dirige con el diminutivo de Quiela, fue la primera esposa del muralista mexicano y una excelente pintora, eclipsada por el genio de su marido. Su relación, marcada por la pobreza y por la tiranía de Rivera, fue tormentosa, y la adoración de Quiela, incondicional. Brutal, ególatra, irresistible, Rivera se nos dibunaj como un monstruo que hace su voluntad en el arte y el amor. "Ella me dio todo lo que una mujer puede dar a un hombre", diría Rivera. "En cambio, recibió de mí todo el dolor en el corazón y la miseria que un hombre puede causarle a una mujer."
Uno de los más conmovedores, delicados y brutales testimonios de amor y dependencia jamás escritos.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2014 | Impedimenta |
90 |
9788415979203 |
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Doce cartas dirigidas al
Doce cartas dirigidas al pintor mejicano Diego Rivera por la que fue su primera mujer, la pintora rusa Angelina Beloff, exiliada en París.
Doce cartas en las que una mujer expresa su amor por un hombre que la abandonado tras diez años de convivencia y tras haber perdido un hijo que él no deseaba y a quien unos amigos criaban a su casa para no molestar al pintor.
A través de las cartas, Angelina se describe como una mujer subyugada por el sentimiento amoroso hasta la alienación: ”Después de todo, sin ti, soy bien poca cosa, mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras”.
Incluso, a pesar de ser considerada una excelente pintora, se muestra perdida con su propia obra, “He abandonado las formas geométricas y me encuentro bien haciendo paisajes un tanto dolientes y grises, borrosos y solitarios. Siento que también yo podría borrarme con facilidad”.
La exaltación de este sentimiento amoroso desordenado, desequilibrado, pone a Angelina Beloff al borde, si no del suicidio, del abandono total de todo lo que en su vida pudiera significar cualquier tipo de valor.
Elena Poniatowska describe bellísimamente el sufrimiento de la pintora rusa y su soledad, hasta el punto que el lector se siente subyugado por esa indefensión, y por su generoso éxtasis amoroso que no se corresponde en absoluto con el interés del pintor mejicano, quien se limita a enviar una modesta cantidad de dinero para que la pintora pueda recuperarse del abandono en el que la ha dejado tras su partida a México.
El olvido, al que Diego Rivera condena a su esposa Angelina, alcanza el punto máximo cuando, trece años después de ser abandonada, Angelina viaja a México y se encuentran en la Ópera. Diego Rivera ni la reconoció.