Este tomo es el cuarto de los que podrían llamarse de algún modo mis Diarios, y al igual que los anteriores, Los tres cuadernos rojos, Segundo abecedario y La actriz de una candela, está compuesto por notas tomadas entre parte de lo escrito desde 1993 a 1998. Pero no tenía ninguna intención de añadir este nuevo volumen a los ya publicados, y, cuando de repente lo decidí, ya había quemado, junto con otros papeles, algunos cuadernos de esos años, y posteriores.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
---|---|---|---|---|
2003 | Pre-Textos |
252 |
9788481915167 |
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La prosa de Jimenez Lozano es
La prosa de Jimenez Lozano es de gran calidad. Sus textos son valiosos en el fondo y la forma. En ocasiones resulta reiterativo en apreciaciones que repite en varios de sus libros. Agudo en sus comentarios; claro y certero. Leer sus libros es una buena forma de aprender a escribir.
El valor literario de un diario puede dejar que desear, ya que es el resultado de fogonazos visuales, comentarios de poco calado, manifestaciones puntuales de estados de ánimo que vinieron y se fueron con la agilidad de un cometa. Tiene sus riesgos sacar a la luz breves notas a pie de página del libro de la vida cuando uno apenas sabe acercarse a la realidad. No es el caso de Jiménez Lozano, el Premio Cervantes de este año. Sus Cuadernos de letra pequeña son un hallazgo del alma. Sus palabras tienen la inutilidad de lo bello, no son palabras que "sirven-para", no son palabras "lucrativas", sino verdaderas, que intentan aproximarse a la realidad con infinito respeto. Andrei Rubliev fue un pintor de iconos y dijo algo parecido, "se puede llegar al fondo de las cosas, sólo hay que llamarlas por su nombre". Por ahí se mueve la intentona del autor. Aquí hay mucho de las claves del buen escritor, Jiménez Lozano dedica mucho espacio al oficio del que se consagra a la escritura. Cita mucho a la casi ninguneada escritora norteamericana Flannery O'Connor, "el oficio de novelista - dice la escritora - es una tarea profundamente misteriosa que molesta al mundo moderno". Precisamente sobre el mundo moderno arroja sus palabras más incendiarias, ya que el autor desprecia mucho lugar común, como el de hacer que los niños lean cualquier cosa, que lo importante es que lean. Le parece una frivolidad descomunal, "esta idea adquiere unos tintes verdaderamente siniestros, porque esas banales lecturas constituirán también la textura de la banalidad de la vida futura de esos pequeños lectores o escuchadores. La verdad es que si uno no se acerca a algo serio o hermoso muy pronto, enseguida será muy tarde para ello" (¡al loro, hijos e hijas de Bustamante!). Abjura también de esa idea del progreso infinito, de que el hombre se hace mejor porque avanza científicamente y abandona lo anterior por primitivo, ya que todo lo pasado es capital muerto. Esta mentalidad le huele a aquella Revolución Cultural de Mao en la que quiso poner fin a cuatro antigüedades, las antiguas ideas, la antigua cultura, las antiguas costumbres y los antiguos hábitos. Hawthorne ya decía que en América no había ningún misterio en la vida de los hombres, en realidad, sólo el sexo y el asesinato acaparan la atención de los hombres, y sus vidas no parecen tener más argumento. Y comenta Jiménez Lozano, "la historia entera sería una interminable retórica y dialéctica sobre camas y ataúdes, y ni un nacimiento". Los cuadernos abarcan de 1993 a 1998 pero querríamos más, querríamos más.
Dora Rivas (www.revistacalibán.org)