En 1937, Evgenia Ginzburg, profesora en la universidad de Kazan, fue detenida en el curso de las purgas estalinistas y trasladada a los terribles campos del Gulag. Esta edición recoge sus memorias completas, que incluyen el libro El cielo de Siberia. Con estilo sobrio, teñido de humor y humanidad, Ginzburg relata la escalofriante experiencia que vivieron millones de personas.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2005 | Galaxia Gutenberg |
854 |
Prólogo de Antonio Muñoz Molina. |
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2012 | Galaxia Gutemberg |
864 |
978-84-8109-950 |
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Rusia, siglo XX
Rusia, siglo XX
Para comprender lo que supuso para Rusia la revolución, la guerra civil (1918-1923), conviene saber que durante ella se contabilizaron siete millones de muertes. Es cierto que el imperio ruso, bajo el dominio plenipotenciario del Zar, padecía un desequilibrio: el 90% de la población vivía mayoritariamente como siervos y trabajaba en el sector primario (agricultura y ganadería), en las propiedades de la nobleza y de la alta burguesía y el otro 10% que vivía en las ciudades. La población que trabajaba en la industria incipiente, en los grandes núcleos de población y que podía alcanzar el 5 %, no vivía en mejores condiciones. Fue fácil, a Lenin, incitar a la población a la rebelión, respaldada por la ideología marxista que agitaba el incipiente partido comunista.
“Mi marido era un comunista de la vieja guardia y no necesitaba los Buick, ni los Mercedes…” página 178
Esta cita apunta que la nueva clase bien situada, los comunistas de carné, pasaron a ocupar las posiciones con prebendas: disfrutaban de automóviles, de vacaciones en residencias y hoteles situados en la costa o en parajes a donde antes acudía la nobleza y la alta burguesía…
“Se advierten que pertenecen a otra clase social. Son los trabajadores contratados de categoría media: contables, técnicos de la fábrica de reparación de automóviles, jóvenes enfermeras del Komsomol. En fin, gente de poca monta.” Pág. 619
Incluso, entre los condenados a trabajos forzados se establece una clase que está autorizada a realizar las tareas menos peligrosas, bajo techo, y que puede evitar trabajar en la tundra o en las minas a menos 50 grados, por ejemplo. Todo ello supone que la abolición de clases pretendida por el comunismo lo único que consiguió fue la sustitución de la nobleza y alta burguesía por los dirigentes comunistas.
El empobrecimiento de Rusia corre parejo al cambio de régimen. El imperio del siglo XIX pierde una gran extensión a tenor del loable interés de Lenin en sacar a Rusia de los conflictos bélicos heredados del antiguo régimen (guerra con Turquía, con Crimea…). La derrota le costó a Rusia pérdidas de terreno cuantiosas.
Sin embargo, no supuso una mejora para el pueblo (empezando por los intelectuales) que padeció un exhaustivo e injusto encarcelamiento y posterior traslado a los campos de trabajo en los que los presos se convirtieron en esclavos hambrientos hasta su muerte. A este efecto, Stalin el sucesor de Lenin, creó el “gulag”, sistema penal de 427 campos de trabajos forzados que funcionó desde 1930 hasta 1960, y cuya mano de obra gratuita se empleó en la construcción de obras públicas (la carretera de los huesos) y en la taiga y las minas de Siberia.
En 1953, los presos políticos representaban el 22% de los presos, aunque una buena parte de la purga la constituyeron los obispos y sacerdotes ortodoxos considerados “enemigos”.
La autora de El Vértigo sufrió la Gran Purga de 1937-1938 y en la novela nos narra como perdió todos los derechos civiles, trabajo y propiedades. Perdió a su familia: su esposo sufrió encarcelamiento y fue trasladado a un campo de trabajos forzados en los Urales tan solo por su parentesco con la autora. Sus hijos quedaron desamparados. En la cárcel sufrió tortura para conseguir de ella, por agotamiento, testimonios falsos que el régimen comunista pretendía emplear para condenar a otros dirigentes del propio partido. La segunda parte del libro relata su traslado a la costa del Pacífico, usando el recorrido del tren transiberiano (9000 kilómetros) y su repetido castigo por algunos campos situados en la zona ártica de Vladivostok bajo temperaturas extremas.
La reticencia de Stalin a mantener conflictos armados con otros países quizás fue interpretada por Hitler como un signo de debilidad. El ataque alemán llegó hasta Moscú y este hecho perjudicó a rusos que habían nacido en Alemania o a descendientes de alemanes que pasaron a ser considerados parte del problema.
La visión que Stalin tenía del desenlace del conflicto civil en España queda reflejada en la siguiente cita:
“ Por eso más que contenta me sentí sorprendida cuando oí que me respondía: -En España, todo ha terminado…” pág. 256.
Literatura mencionada en El vértigo
Evgenia Ginzburg, comunista convencida, no acierta a entender la actuación de los dirigentes de su partido y afirma que ha debido haber algún error y que pronto el noble Stalin se percatará del error cometido por los subordinados y reparará el tremendo error que se está cometiendo con los apresados.
Para una intelectual comunista (profesora universitaria en Kazán), la idea de que “la religión es el opio del pueblo” forma parte de su decálogo interior. Las ansias del espíritu se ven colmadas así por la tarea intelectual en general y por la literatura en particular. A lo largo de toda la obra, Ginzburg hace gala de un conocimiento exhaustivo, no solo de la literatura rusa, sino también de la literatura europea y norteamericana. Por sus páginas desfilan personajes de las novelas que constituyen el patrimonio cultural de occidente: David Copperfield, la pequeña Dorrit, de Charles Dickens; la princesita Sarah Crew y su amigo el ratón Melquisedec de Frances Hodgson Burnette; Athos, Porthos y Aramis, de Alejandro Dumas; Kafka y Orwell; las cartas de Madame Sevigné; Antoine de Saint Exupéry; La cabaña del tío Tom…
Pero lo que realmente sostiene su espíritu en los momentos difíciles es la poesía rusa y se permite un recorrido por los autores rusos de la primera parte del XIX: Eugenio Oneguin, de Pushkin y Almas muertas de Nikolái Gogol. De la segunda mitad del XIX cita Ana Karenina de Dostoyevski y Guerra y Paz, de Lev Tolstoi. Los autores del siglo XIX constituyen el siglo de oro de la literatura rusa.
De 1910 a 1920, la década de plata, desarrolla los conceptos de Art Nouveau, simbolismo y modernismo. Y el nuevo orden social trae consigo la corriente futurista, con una prosa más ligera y lírica.
Los escritores sufren en 1932, la supresión del derecho de asociación y fueron invitados a incorporarse a la Unión de Escritores Soviéticos, lo que no impidió el exterminio de los artistas desagradables al régimen sin que pudieran exiliarse.
De la década 1941-1953 cita a Pasternak que recibió el Nobel en 1958. Es la década del realismo socialista: La madre, de Gorki; El destino de hombre, de Konstantin Simonov; Vida y destino, de Vasili Grossman, entre otros.
“Un día, mucho después, en el Moscú de los años sesenta, un escritor me expuso sus dudas: ¿era posible que, en aquellas condiciones, los deportados pudiesen recitar versos para sí mismos y encontrar en la poesía una especie de distensión espiritual? (…) Nosotros nos habíamos precipitado en el comunismo desde lo alto de los cielos de la poesía. Éramos unos puros idealistas, a pesar de nuestra juvenil devoción por las frías construcciones del materialismo dialéctico. Después, la inhumanidad que se abatió sobre nosotros hizo palidecer muchas de las verdades de nuestra juventud. Pero ninguna tempestad podía apagar aquella llama al viento, aquella vocación espiritual de la intelligentsia rusa que mi generación recibiera de aquellos sabio y aquellos poetas de principios de siglo.” Pág. 504
Evolución interior de Zenia, alter ego de Evgenia Ginzburg
Julia, la compañera de celda de Zenia en la cárcel de Butirka, discute con las otras reclusas y defiende a Stalin:
“Julia, sorda a toda réplica, se desnudó con movimientos convulsivos, se acostó y se tapó hasta la cabeza con la manta, como parar poner en evidencia su desapego de las compañeras de la celda, en cada una de las cuales ella, estalinista ortodoxa, sospechaba un auténtico enemigo.” Pág. 165
La propia Zenia explica un poco más adelante:
“Pero nosotras mismas, después de todo lo que nos había sucedido, ¿habríamos votado por otro régimen que no fuera el soviético? Era nuestro como nuestro corazón, natural como el aliento. Todo lo que tenía, los millares de libro leídos, los recuerdos de mi maravillosa juventud e incluso esa fuerza de resistencia que era mi salvación ahora, lo debía a la revolución en la que había ingresado de niña.” Pág. 225
“Stalin no sabía nada de las ilegalidades que se estaban cometiendo en aquellos momentos.
-Son los jueces instructores, esos canallas, quienes lo han inventado todo…
Él se ha confiado a Yezov. Pero ahora Beria pondrá las cosas en su sitio. Le demostrará que han sido detenidos inocentes… Apenas conozca la verdad, ¿cómo podrá permitir cosas semejantes contra el pueblo?” Pág. 278
A muchos presos políticos, como Zenia, la protagonista, se les condena bajo la falsa acusación de desarrollar actividades contra revolucionarias, se les acusa de ser trotskistas.
Leon Trotski había nacido en Ucrania en 1879. Fundó el Ejército Rojo que ganó la guerra civil (1918-1923). Defendía la teoría de la revolución permanente, según la cual no es posible edificar un Estado socialista en un contexto mundial capitalista. A esta teoría Stalin contraponía la de la construcción del socialismo en un único país, aunque estuviera aislado. Criticó la constitución de 1924 con estas palabras:
Trotsky quiere la continuidad de la revolución, así como en diferentes movimientos revolucionarios de otros países promoviendo los conflictos nacionalistas de comunidades oprimidas como Cataluña.
Trotsky cae en desgracia y es expulsado a Siberia en 1927. Expulsado de la URSS huye a Turquía, Francia, Noruega y México. Fue asesinado en México por orden de Stalin. Su asesino fue el catalán Ramón Mercader.
Zenia, en absoluto era seguidora de las teorías trotskistas. No cedió a los chantajes ni a las torturas. No firmó declaraciones falsas que hubieran significado nuevas depuraciones entre el círculo de sus conocidos y amistades. Otras presas de su entorno cedieron. Fue el caso de Evgenia Podolskaya. En la página 187, la compañera de celda Anna cuenta la historia de la Podolskaya:
“Una noche, en su celda ara dos de la Lubianka, la despertó un extraño rumor. Era la sangre que discurría lentamente del brazo de su compañera de celda y que ya había formado una charca. La infeliz se había cortado las venas con una hoja de afeitar robada a un interrogador(…) La habían citado en el Comisariado del Pueblo para asuntos internos. El interrogador le preguntó primero si estaba dispuesta a cumplir por el partido una misión ardua y arriesgada. La misión consistía en firmar algunas declaraciones que describían las inicuas acciones de un grupo contrarrevolucionario y declarar, para mayor verosimilitud, que también ella pertenecía al grupo (…) Y Anna añadió:
-Era una de esas personas que, sin ningún interés personal, impulsadas sólo por el fanatismo, se destruyó así misma y a muchos otros. Su tormento espiritual fue tan agudo que yo misma me convencí de que su única liberación era la muerte.”
La lucha por la supervivencia a “otro día más” física y mentalmente es tan fuerte que no cabe pensar en el suicidio para verse libres de tanta ignominia.
“El instinto me decía que, aunque las piernas temblasen y la espalda cediese bajo el peso de las parihuelas cargadas de ardientes piedras, mientras aquella brisa y las estrellas brillantes continuaran conmoviéndome, me sentiría viva.” Pág. 328
Tanto sufrimiento físico y mental llevará a Zenia a reconocer en la página 808:
“Dije que, en nuestra época, caracterizada por acontecimientos de una dimensión extraordinaria, y en la que la línea que separa a los verdugos de las víctimas se había borrado. El inaudito sistema, la hazaña sin precedentes de corromper las almas por medio de la Gran Mentira, hizo que miles y miles de personas sencillas se sintieran atraídas por el engaño. ¿Qué hacer? ¿Dejar que todos paguen? ¿Rivalizar en crueldad con el tirano? ¿Prolongar hasta el infinito el triunfo del odio?
¿Algo así como un gigantesco proceso de Nuremberg? ¡Como una despiadada venganza, o mejor dicho, como un justo castigo de todos los cómplices, de todos los sátrapas del tirano! (…) Odio profundamente a dos contemporáneos nuestros. Por fortuna, los dos están muertos. Stalin y Hitler.”
Lo que Zenia cuenta de su familia
Es Antón, un médico preso en Siberia, compañero de Zenia, quien le ayudará a superar ese odio, a sobrevivir a situaciones en las que parecía verse derrotada por la crueldad del clima y la crueldad de los mandos de los presos. Incluso cuando, cumplida su condena y restituida en su función docente, encargan a Zenia la instrucción de un grupo de militares. En ese momento Antón le sugiere:
“-En mi opinión, lo único que hay que hacer con esos oficiales es instruirles un poco. Su ignorancia es increíble. ¿Quién sabe lo que podrá brotar del fondo de sus almas cuando haya penetrado en ellas un rayo de luz?(…) Creo que debemos enseñar y curar a todo el que lo necesite… Pág. 810
En el relato descubrimos a los familiares de Zenia a través de cartas que recibe de su madre que es quien la informa de los acontecimientos relacionados con su esposo, con sus hijos, de la muerte del mayor y de las dificultades que encuentra el segundo en la adolescencia.
Pero será Antón, compañero médico quien la instruirá como enfermera y gracias a quien sobrevivirá a los rigores del gulag. Antón es católico y será él quien le ayudará a descubrir el sentimiento religioso y quien le mostrará la manera más humana de tratar a los otros como seres humanos.
Finalmente, ambos se casan y juntos constituyen una familia con el hijo menor de Zenia y con una huérfana a quien adoptan en Siberia.
“Era el único derecho concedido a los deportados: vivir en cohabitación después del matrimonio legal. Y con esta última denominación sólo se designaba a los matrimonios recientes y contraídos en el lugar de confinamiento. Los esposos casados en otro tiempo en el continente y separados en 1937 no podían reunirse en ningún caso.” Pág. 737
“Muchas veces, durante los dieciocho años de nuestro calvario, me encontré frente a frente con la muerte. Sin embargo, no conseguía habituarme a ello. Cada vez reaccionaba con el mismo terror, con la búsqueda espasmódica de una salida. Y cada vez mi organismo sano y resistente hallaba una escapatoria que le permitía sobrevivir. Y debo decir que cada vez acudía en mi ayuda algún hecho que, a primera vista, parecía absolutamente accidental, pero que, en efecto, era una manifestación normal de ese gran Bien que, a pesar de todo, reina en el mundo.”. Pág. 385
Propósito de la autora de El vértigo
En el epílogo del libro Evgenia Ginzburg reconoce que para los sobrevivientes ya no existe futuro pero esa evidencia les permite: “la objetividad en la valoración y, sobre todo, la gradual liberación de aquel Gran Miedo que acompañó a mi generación a lo largo de toda su vida consiente.”
“Comencé a escribir de una forma continuada, capítulo tras capítulo, a partir del año 1959 (…) Aún tuve tiempo de leerle los primeros capítulos a Antón, aunque él ya estaba muy enfermo, desahuciado.” Pág 848
“Quiero asegurarles una vez más a mis lectores que no he escrito más que la verdad. No toda la verdad (porque toda no la he conocido tampoco yo), pero sí “nada más que la verdad” (…) Y desde ese punto de vista, tal vez haya sido positivo el hecho de haber perdido toda esperanza de que mi libro fuese publicada en mi país.
(…) Es cierto que mi comprensión de los acontecimientos antes del treinta y siete había sido extremadamente limitada, Si no, no habría podido dejar de ver que la cuestión de la responsabilidad personal de cada uno de nosotros constituía mi mayor tormento, mi sufrimiento principal”. Pág. 852
“Por eso, cada noche me preparaba para la muerte y pasaba revista a toda mi vida: a todos los dolores, a todas las desventuras, a todos los ultrajes sufridos. Y a todas mis grandes culpas. Recitaba mentalmente las oraciones católicas en alemán que me había enseñado Antón y, por primera vez en mi vida, pensaba en la iglesia como un refugio (…) ¡Oh, Dios mío! Sólo Tú sabes lo cansada que estoy… Pág. 714
Evgenia Ginzburg relata así su despertar a la consciencia, a lo que llamamos conciencia del propio mal obrar, muchas veces por debilidad humana o por falta de reflexión o de percepción del mal en el afán por la propia supervivencia. Dedica el capítulo titulado Mea culpa a tres hechos que le llevaron a la percepción del mal que podemos hacer por debilidad y del bien que dejamos de hacer por omisión, por comodidad, también, quizás por debilidad.
“- Dios es misericordioso …” Pág. 703
Quizás este grito implique también el descubrimiento de la autora no solo de la misericordia de Dios, de su perdón, sino también el aprendizaje a tratarnos a nosotros mismos con al menos un poco de esa misericordia infinita. El aprendizaje de aprender a perdonarnos.
“Sea como sea, creo que mi deber es acabar mi obra (…) para mostrar al lector la evolución interior de la narradora. Para que se vea cómo la comunista candorosa e idealista se transforma en un ser que se ha nutrido largo tiempo en el árbol de la ciencia del bien y del mal, en una persona cuyo paso por tantos sufrimientos y dolores le ha servido también parar recibir algunas luces en la búsqueda de la verdad.” Pág. 854
No existen libros
No existen libros imprescindibles, pero algunos autores te lo ponen difícil... Me parece una obra extraordinaria, con una vis narrativa insólita. La protagonista es, por otra parte, una persona de una calidad intelectual y moral a prueba de bomba... y de gulag.
Se trata de la primera edición íntegra en español de las memorias de Evgenia Ginzburg, intelectual encarcelada por el régimen estalinista.
Antonio Muñoz Molina en el prólogo del libro, destaca la doble condición de verdugo y víctima que atormentó a Ginzburg durante sus dieciocho años de encarcelamiento y gulag.
En el momento de su detención, Ginzburg estaba afiliada al partido comunista soviético, como partidaria acérrima de la revolución, por lo que, a lo largo de sus memorias, se reprocha constantemente el no haber visto a tiempo adónde conduciría la locura estalinista.
Evgenia Ginzburg, se negaba a creer, en febrero de 1937, lo que ya era evidente. Dos años antes, el asesinato de Kírov había marcado el inicio de las inquietudes, de las sospechas y de los interrogantes. En una palabra, de lo que iban a ser las grandes purgas en el seno del partido bolchevique.
Evgenia necesitó un tiempo para entender hasta dónde estaban dispuestos a llevar esa locura los dirigentes del aparato ideológico. Pero la realidad se impuso: en agosto de ese mismo año, tras varios meses de encarcelamiento e interrogatorios extenuantes y crueles, le fue comunicada su condena: diez años de trabajos forzados. Su primer destino fue una diminuta celda donde pasaría dos años. A partir de entonces, y hasta el cumplimiento total de su condena, Evgenia relata una odisea de hambre, frío, enfermedad.
La doble condición de verdugo y víctima otorga una categoría excepcional al libro, y lo convierte en testimonio fundamental de uno de los grandes horrores del siglo XX.
«Era urgente recordar para contarlo luego: para no sucumbir a la vileza o al suicidio. Cuando muchos años después le preguntaban cómo había podido conservar recuerdos tan precisos, Evgenia Ginzburg respondía que desde los primeros instantes de su detención se había formado el propósito de fijarlo todo en su memoria, sabiendo ya, intuyendo, que el olvido sería el cómplice más eficaz de los verdugos». Antonio Muñoz Molina.