Eça de Queiroz residió en París entre 1888 y 1900, año de su muerte. Desde allí colaboró con la Gazeta de Noticias de Río de Janeiro, en Brasil. En 1907, se publicaron en un volumen quince de sus crónicas bajo el título de "Cartas familiares y billetes de París". La guerra chino-japonesa, la visita del Zar de Rusia a París o la dimisión del Presidente de la República, Casimir Périer, fueron objeto de sus comentarios.
En la presente edición de Acantilado el título se reduce a "Desde París". Conviene no confundirlo con "Ecos de París", publicado por la misma editorial y del mismo autor.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2010 | Acantilado |
224 |
84-92649-73-0 |
Subtítulo: "Crónicas y ensayos 1893-1897". |
1923 | Biblioteca Nueva |
273 |
Con el título de "Cartas familiares y billetes de París" |
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En la recta final de su vida
En la recta final de su vida el anticlericalismo de Queiroz se había suavizado; aun así señala cómo existe en Francia una honda separación entre católicos y racionalistas: "Para éstos el clericalismo es y será aún por mucho tiempo el enemigo" (pág.47). Son palabras fuertes, no obstante yo apostillaría que han pasado más de cien años y que los católicos hemos evolucionado, pero los anticlericales no. Me temo que haya otras razones, además de la razón, detrás del fenómeno antirreligioso.
Queiroz muestra un cierto distanciamiento hacia la República francesa. Francia -escribe- "en cien años ha demolido trece veces su estructura política y no se cansa da hacerla cada vez más radical, más positiva, más irreligiosa" (pág.112); y añade una gran verdad: "La flaqueza de los hombres vicia y anula las instituciones más vigorosas" (pág.103).
Es consciente de las contradicciones de los partidos políticos y la influencia decisiva de los medios de comunicación en la República. Con motivo de la dimisión del Presidente Périer, señala como "los propios periódicos que durante seis meses contribuyeron con asaltos feroces a aburrirle y desalojarle del poder, le fulminan ahora clamando contra su deserción". "El radicalismo no cesó de cubrirle de ultrajes y pillerías". "Los mismos periódicos que le habían proclamado como el sostén fuerte del orden, comenzaron contra él un tiroteo maligno" (págs.134-143). Creo que en España también sabemos algo de todo esto: el ultraje sistemático a los políticos para asombrarse luego de que a la cosa pública sólo se acerquen los bribones o los inconscientes.
Hoy, cuando nuestro país se enfrenta a graves problemas con Cataluña y el País Vasco, resulta iluminador el artículo que dedica el autor a lo que llama nativismo: la pretensión de que sólo los nativos de un país o región puedan tener poder e influencia en él. Eça de Queiroz comienza comentando la doctrina del Presidente norteamericano Monroe que se sintetizó en una frase: "América para los americanos". Portugal tenía fuertes lazos con Brasil y Queiroz arremete contra ese exclusivismo. Hoy en España podríamos formular la doctrina como "Cataluña para los catalanes" o "Euzkadi para los vascos".
Existe una secta -afirma el autor- que va predicando la salvadora idea nativista: "Se consideran y proclaman víctimas de una vasta calamidad social: la invasión de razas extranjeras que se imponen por la brutalidad del número y la parcialidad del privilegio" (pág.174). Los nativistas inicialmente lograrán su propósito "porque es tan profunda la credulidad emotiva de las multitudes, que no hay bandera nueva, por muy irracional que sea, que bien enarbolada en la calle no reúna y levante una legión. Durante ese corto periodo de tiempo el buen nativista saborea las glorias de un Jefe, de un Mesías". Finalmente llega la desilusión y "aquello que se creía el movimiento vigoroso de un una nación era sólo el despecho, la astucia o la ilusión de algunos" (pág.175).
Queiroz había sido cónsul de su país en La Habana y el Caribe, y conocía el proceso de multiplicación de los Estados en el Istmo centroamericano. Países -escribe- "que comenzaron su carrera de nacionalidades sin tener para ello preparación o capitales, y en breve cayeron en tal desorden civil y en tal miseria moral, que toda la inteligencia, toda la actividad y toda la fuerza se les fueron agotando gradualmente" (pág.177). Hasta hoy -podríamos añadir.
Que Dios nos ampare a todos. Al final se sobrevive, porque es ley de vida, pero se sufre ante este fenómeno que nuestro autor califica como envidioso, individualista e indisciplinado.