Nacido dos veces

Novela de fondo autobiográfico en la que el narrador cuenta la historia de su hijo, paralítico cerebral. A través de diversos episodios plasma los sentimientos de ambos, primero de rechazo, culpa, desconcierto, miedo al dolor, pero que dan paso despues a una aceptación consciente, basada en el afecto, la superación y la serenidad.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2002 Salamandra
221
978-84-7888-763-7
Valoración CDL
3
Valoración Socios
3.5
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Recuerdos del autor acerca de la relación con su hijo Paolo, paralítico cerebral. No es tanto un relato como una colección de escenas significativas en la vida de ambos. En el libro, los padres de Paolo se llaman Frigerio y Franca. Frigerio, el narrador, es profesor de instituto.

La historia comienza mal. El niño ha nacido con parálisis cerebral, aparentemente por la negativa de la madre a que le practicasen una cesarea. Frigerio relata el nacimiento de Paolo, su propia relación con una amante, con un colega del instituto al que acusa de haber fomentado la indisciplina de los alumnos, con el director del mismo: cojo, mujeriego y extorsionador. Es muy crítico con médicos y rehabilitadores: "Pediatras inexpertos y rehabilitadores sin experiencia". También describe con detalles muy crudos la reacción negativa de su hijo mayor, Alfredo, cuando aparece en la familia alguien que va a acaparar la atención de sus padres y a privarle a él de protagonismo, un hermano discapacitado.

Pasan los años y la actitud de Frigerio es doble: Por un lado trata de presionar a su hijo para que supere sus limitaciones en el habla y el andar. A veces el niño llora y la madre se enfada: "¡Déjale en paz!" -grita a su marido. Y es que éste se niega a aceptar que la discapacidad de su hijo sea definitiva y al mismo tiempo se siente culpable aunque no haya razón para ello. El padre reconoce que en ocasiones se aparta del problema -"ausente física y mentalmente" (pág.102)- y deja que el cuidado de su hijo recaiga sobre Franca: "Me reservo espacios de libertad" -argumenta. Más adelante dirá que "la angustia por el futuro nunca abandona a quien tiene un hijo discapacitado" (pág.158).

La relación entre Paolo y su padre se va consolidando en la medida en la que el chico crece. Frigerio se admira de la madurez que va adquiriendo su hijo: "Estás sorprendido ¿verdad? -le pregunta Paolo-. No eres el único maestro" (pág.176). El padre razona que "los discapacitados no poseen [de su situación] la imagen insoportable de los que están sanos" (pág.177). El joven asiste a la escuela y se relaciona con un grupo de chicos de la parroquia que le aprecian: "Otorgan aquello de lo que los hombres tienen más necesidad, la simpatía" (pág.205). El autor reconoce que tiende a pensar mal de los demás, pero admira el desinterés de aquellos chicos que aceptan a su hijo con alegría, "sin quererlo cambiar" (pág.205).

El que había comenzado el libro reconociendo que tenía una amante, se ha vuelto ahora hacia la fe: "La fe no es una huida -escribe- sino una conquista" (pág.176), y nos habla de sus plegarias: "La oración es curación, no del mal sino de la desesperación. La oración rompe la soledad" (pág.175). Estas dos frases valen por todo un libro. Frigerio piensa que, como enfermo, Paolo tiene un acceso especial ante el Todopoderoso, pero Paolo le hace una advertencia tan cierta como simpática: "Ten en cuenta que la oración no es magia" (pág.178).

Ya adolescente, el chico agradece cuando su padre le corrige y se lo dice: "Gracias por hablarme de hombre a hombre" (pág.195). Se ve que siente un gran cariño hacia su padre lo que no deja de ser injusto, ya que es la madre la que lleva la carga de ambos "No sé cuál [carga] es más pesada -reconoce francamente Frigerio- si Paolo o yo" (pág.189). Concluye el autor señalando lo que debe a su hijo: "Pienso en lo que habría sido mi vida sin él. No lo consigo imaginar" (pág.221). El libro termina de una forma muy positiva y sin embargo injusta como lo somos muchas veces los padres. Frigerio no ha vuelto a mencionar a su hijo mayor Alfredo y de su relación con Franca sólo cita las discrepancias de ambos sobre la atención a Paolo.

La prosa de Pontiggia es meramente informativa, sin adornos literarios. De tanto en tanto encontramos una expresión afortunada, como cuando escribe que "la eternidad dura hasta los cuarenta años" (pág.197), o al afirmar que "cuando somos jóvenes le pedimos a Dios todo de golpe, porque Dios es joven como nosotros" (pág.175). ¡Qué hermoso! Hace falta ser italiano para hablar de Dios sin vergüenza y sin beatería.

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Después de enterarme e interesarme por el tema de la novela, tuve en algunos momentos, la impresión de que me daban "gato por liebre", que me estaban contando otra cosa. La historia del hijo discapacitado aparece y desaparece, y la que queda es la del protagonista, padre de la criatura. Pero luego se da uno cuenta de qué es lo que pretende. Lo que refleja el libro es la mentalidad de quien se enfrenta con la discapacidad. Incluso, sabe mostrarnos las otras discapacidades con las que nos encontramos en la vida, y que no las llamamos así porque son más normales. Es una novela totalmente psicológica, en la que lo que se manifiesta es los íntimos sobresaltos del protagonista, ante las cuestiones más normales de la vida. Creo que es altamente positiva y que está muy bien escrita.