¿Qué hace grande a un gran profesor? ¿Cuáles son los profesores que recuerdan los estudiantes mucho tiempo después de graduarse? Este libro, el resultado de un estudio de quince años sobre casi un centenar de profesores y una amplia diversidad de universidades, ofrece respuestas valiosas a todos los educadores. La respuesta breve es: no es lo que hacen los profesores, es lo que comprenden. La planificación de las clases y las notas para lecciones magistrales son menos importantes que la forma en que los profesores comprenden la asignatura y valoran el aprendizaje humano. Sean historiadores o físicos, estén en El Paso o St. Paul, los mejores profesores conocen sus materias a fondo -pero también saben cómo atraer y desafiar a los estudiantes y provocar en ellos respuestas apasionadas. Y sobre todo, creen firmemente dos cosas: que la enseñanza importa y que los estudiantes pueden aprender
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2006 | Universidad de Valencia |
230 |
978-84-370-6667-7 |
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El libro escrito por Ken Bain –director del Center for Teaching Excellence de la New York University– descansa sobre dos ideas: primera, se puede aprender a ser un buen profesor; segunda, para ello, lo mejor es observar lo que hacen los mejores profesores. Pero ¿quiénes son los mejores? Para el autor, no son los profesores más amenos o que agradan a sus estudiantes, sino los que consiguen resultados de aprendizaje extraordinarios. Dos aspectos los caracterizan: que sus alumnos quedan satisfechos con la docencia y se sienten animados a continuar aprendiendo; que lo aprendido es verdaderamente valioso y sustantivo.
La investigación que sustenta este libro duró más de quince años, en los que fueron estudiados unos setenta profesores de veinticinco universidades distintas. ¿A qué conclusiones llegó?
Primera: sin excepción, los profesores extraordinarios conocen su materia extremadamente bien. Pero no son meros eruditos. Utilizan su conocimiento para ir al fondo de los asuntos, a los principios fundamentales y a los conceptos básicos; son capaces de simplificar lo complejo de manera que motivan el aprendizaje. Tienen además una comprensión intuitiva del aprendizaje humano.
Segunda: dan gran importancia a su tarea docente, tanta como a su investigación. Al programar sus lecciones (seminarios, prácticas, tutorías), se plantean los objetivos del aprendizaje.
Tercera: son exigentes con sus alumnos, esperan mucho de ellos. Pero plantean objetivos ligados a las salidas profesionales de sus estudiantes y a la formación que estos necesitarán a lo largo de su vida, es decir, no se trata de proyectar dificultades arbitrarias.
Cuarta: en sus lecciones intentan crear un entorno para el aprendizaje crítico natural, en el que los estudiantes se enfrentan con su propia educación, trabajan en colaboración con otros, confían en la valoración de sus tareas.
Quinta: confían en sus alumnos, son francos y abiertos con ellos, y siempre son amables.
Sexta: evalúan el resultado de su tarea y saben rectificar cuando es necesario. Califican a los estudiantes según objetivos de aprendizaje básicos.
Lo dicho hasta aquí no significa que estos profesores sean perfectos. Como todas las personas cometen fallos, pero no culpan de ellos a los estudiantes. Además, cuentan con lo que hacen sus colegas, discuten con ellos sobre cómo mejorar el aprendizaje de los estudiantes, y nunca quedan plenamente satisfechos con lo ya conseguido. El libro, que ganó el premio concedido anualmente por Harvard University Press a una obra excepcional sobre educación y sociedad, se dirige a los docentes, pero sus conclusiones pueden interesar también a los estudiantes y a sus padres. (Manuel Martínez Neira)