Noventa y ocho mil niños que no han visto la luz, en España, en el año 2015, que no han podido sonreír y jugar con sus hermanos o primos, que no han hecho las delicias de familiares y amigos, que no han podido fotografiarse con papás, hermanitos, tíos y abuelos. Que no han pasado del llanto a la sonrisa angelical al encontrarse con mamá que le da el pecho. Que no se les ha llenado la cara de felicidad cuando sus padres les han levantado casi hasta el techo.
98.144 niños que no podrán ir al cole, porque sus padres les han matado. 98.144 que son más o menos el doble que los habitantes de mi ciudad. Y pienso en todas las personas que veo por Segovia, cuando me paseo por allí, y se me ocurre que muchos no hubieran paseado tranquilamente por esos lugares amables, si sus padres, por puro egoísmo, no hubieran querido que nacieran.
98.000+144, que no son ni uno ni dos ni tres. Que no son ni 100 ni mil. ¿Qué hubiera pasado si hubieran llegado unos terribles terroristas y hubieran matado, así porque sí, a 100 bebés recién nacidos. Hubiera sido la noticia más terrible que hubiera recorrido todos los medios de comunicación. Han llegado y han pasado a cuchillo a 144 niños, todos los recién nacidos de Segovia y alrededores. Tremendo, brutal, solo comparable a Herodes, con la diferencia de que los inocentes que mató aquel rey loco, no fueron ni la mitad, con toda seguridad.
Pero no les han matado ni Herodes, rey loco de atar, ni unos terroristas del DAES, diabólicamente perturbados. No, han sido sus padres, amparados en una ley que permite matar. Matar a los más inocentes, al futuro de la Nación, a esos niños que hubieran sido la solución para la falta de natalidad, para el problemón de vidas futuras, que hubieran nacido tan contentos de poder ayudar a sus abuelos a cobrar las pensiones.
Y los hemos matado. ¡Perdón! Yo no, a mí que me registren. Si me encuentro a alguien que me exprese su intención de abortar removeré Roma con Santiago, me postraré ante los padres potenciales asesinos y les diré que me ocupo, que no se preocupen de nada, pero que no maten a un ser humano, que no maten a su hijo, porque es su hijo.
Pero el problema es que lo hacen a escondidas, con nocturnidad y alevosía, sin decírselo a nadie, porque les avergonzaría. Y matan a un bebé sin pensar en nada. Amparados por el poder del Estado, ese mismo Estado que no sabe muy bien de dónde va a sacar ciudadanos que sostengan la economía. Habrá que traer gente de Sudamérica –no es mala idea, al menos no traerán a asesinos- o habrá que traer chinos, que sobran, para que llenen nuestras escuelas, nuestros parques, nuestras calles.
Porque nosotros –bueno, yo no- nos dedicamos a matar. En España 98.144 en el 2015. Me da auténtico terror llegar a enterarme de lo que puede haber pasado en el 2016, dato que no darán todavía en meses. Me da auténtica pena pensar en los que estarán matando ahora, ¿269 al día?, impunemente, porque hay un gobierno –quizá es una de las pocas cosas en las que cuenta con el apoyo de toda la oposición- a quien no le importan los muertos con tal de tener votos. Están cargando sobre sus espaldas con casi 100.000 muertos al año, asesinados. A sabiendas, bajo su responsabilidad.
Ángel Cabrero Ugarte