Sin dolor ninguno para su madre llegó Jesús. Ella podría recordar después, cuando lo tenía delante en la cruz, en el Calvario, que no había permitido para ella ningún dolor, ni el del parto. Sin dolor, sin sangre, sin romper. Así quiso Él a su madre. Así llegó Dios al mundo material. José se admira de esa paz, de esa serenidad, de ese nacimiento incruento. Y miraba a aquel bebé absorto, sin palabras. Era un muñequito encantador, como uno más, pero no podía parar de pensar que no era como los demás. Ese bebé era Dios, y no podía menos de estremecerse. Y José miraba a María con asombro; era la madre de Dios. Y María estaba absorta, mirando, tocando, abrazando a ese niño que era su hijo y era Dios.