Ante la muerte de un ser querido no siempre es fácil hacer comprender que él, ese pariente, ese amigo, está en la eternidad; ha salido del tiempo y se ha hecho eterno. Lejos de Dios, si hubiera llegado al final de su vida negándole, o cerca de Dios, aunque sin ningún problema podemos decir “con Dios”. Sobre todo si recordamos algo de lo que se habla poco, que después de la muerte no hay tiempo y, por lo tanto, la purificación que un difunto pueda necesitar es lo más parecido a un buen lavado antes de llegar ante semejante presencia.
Adrien Candiard es un sacerdote francés que nos habla del cielo, porque nos introduce con eficacia en la esperanza. “Esperanza para náufragos” es el título. Un libro muy oportuno y recomendable en este Año de la Esperanza. Muy útil porque en no muchas páginas nos sitúa bastante ante lo que hay, aquí en nuestro mundo efímero y en la presencia de Dios, que podríamos llamar la eternidad.
Nos sitúa en la preocupante situación de la iglesia en Francia. Cómo decae el número de practicantes, la dificultad para encontrar sacerdotes, porque se ordenan muy pocos, etc. Lo pensamos un poco y, lamentablemente, es un cuadro visible en Occidente casi sin excepción. Por lo que detalla en la primera parte de su relato, la descristianización en Francia es notable y, por eso, siente la obligación de dirigirse a quienes tienen fe, para empujar, para hacer ver los destellos que todavía pueden percibirse.
Pero en la segunda y última parte de este breve libro se entretiene en mostrar el auténtico sentido de la esperanza cristiana. Sobre la maravilla que supone vivir la fe, explica: “No me atrevería a hablar de ‘poseer a Dios’ si los teólogos más eminentes de la tradición católica no hubiesen tenido esa audacia antes que yo. Naturalmente, la expresión debe ser bien entendida: no se posee a Dios como se posee un automóvil, o dinero en el Banco, sino más bien como se ‘tiene’ un amigo: se le conoce, pero nunca del todo. Puede sorprendernos. Es siempre a la vez conocido y desconocido; y cuanto más le conocemos, más tomamos conciencia de su parte de misterio. Comenzar a conocerle es como sumergirse en el océano: nunca se está cerca de agotar la cuestión” (p. 65).
El creyente tiene a Dios. El creyente puede vivir junto a Dios. Es atrevido pero muy importante explicar esto: poseemos a Dios. Y, por lo tanto, estamos en la eternidad. Es una insistencia interesante del autor: en la eternidad no hay tiempo, por lo tanto, en la medida en que estamos con Él, nos estamos introduciendo en la eternidad.
“Nuestra esperanza no remite la realización a más tarde, al infinito: Es Dios el que es infinito, lo cual es bien diferente. Pues así, su posesión puede ser presente, efectiva, siendo siempre incompleta, perfectible; hoy es a la vez el presente y el porvenir. Esperamos en Dios porque ya le poseemos” (p. 66). Porque es infinito, eterno, no tenemos que esperar a no se sabe cuándo para poseerle. Está con nosotros, podemos estar con Él. Y entonces la esperanza es más cercana.
Cuando hablo de salvación, de vida eterna, no hablo de vida después de la muerte. En todo caso, no solamente de eso. Pues si es eterna, precisamente, no está en el tiempo: está fuera del tiempo, o más exactamente es todo el tiempo. Tanto ahora como después de mi muerte, cuando veré a Dios cara a cara.
Ángel Cabrero Ugarte
Adrien Candiard. Esperanza para náufragos. Rialp 2024.