He releído ahora un entretenido libro de Amélie Nothomb, “Estupor y temblores”, previsto para una tertulia literaria. Se puede decir que es simpático por eso de que la autora no ahorra exageraciones y situaciones cómicas, aun cuando el tema sería muy duro si hubiera sucedido tal y como ella lo narra, teniendo en cuenta que advierte que es una historia en la que la autora es la protagonista.
Seguramente cuando lo leí por primera vez no tuve in mente, en todo el relato, la comparación con los excesos de trabajo que nos encontramos en nuestra sociedad, como me ha pasado al leerlo ahora. En ese libro se critican las relaciones que el subordinado tiene con sus jefes, pero queda muy claro, sobre todo, los excesos en la dedicación de tiempo.
Y eso lo estoy viendo yo en Madrid constantemente. Entre los jóvenes que empiezan a trabajar en importantes empresas, es muy raro encontrar a alguno que trabaje ocho horas. Es verdad que en algunos casos están trabajando media hora más cada día para no ir al trabajo el viernes por la tarde. Parece una solución interesante para organizar los fines de semana con cierta holgura.
Pero la realidad frecuente es que muchos de estos trabajadores dedican 9 o 10 horas al día con bastante frecuencia y, a veces, la jornada se alarga hasta la noche. Las trampas son muchas y también las excusas. De alguna manera les tranquilizan con que tendrán más vacaciones en verano. Y seguramente pueda ser así en algunos casos. Pero no por eso deja de ser un desorden.
Si es un joven ya casado esos horarios y esos excesos son inadmisibles, porque tiene la obligación de cuidar de su familia, sobre todo si tiene hijos, y aunque no los tenga. Pero claro, en la empresa tienen a su favor que el trabajador no quiere perder ese trabajo, normalmente bien pagado, y abusan sabiendo que no se quejará. Es injusto y problemático. Pero la empresa se enriquece evitando tener que contratar a más empleados.
Aun cuando el trabajador, sobre todo entre gente joven, no esté casado, es una injusticia forzarle con cierta frecuencia a horarios exagerados. Incluso aunque le pagaran una cierta cantidad para compensar. ¿Por qué? Porque un trabajador joven, hombre o mujer, debe organizar su vida para llevar a cabo otras actividades que son importantes para su formación, para atender a amigos o a la propia familia, para hacer algo de deporte, etc.
Las empresas saben que el trabajador joven no va a poner pegas a horarios exagerados, porque considera que no es quién, porque tiene miedo a que no le renueven el contrato, porque le van a mirar con malos ojos. Son incapaces muchos jóvenes, y no tan jóvenes, de poner una queja a un horario exagerado. En el libro de Nothomb ella habla de pasar noches enteras para conseguir contentar a los jefes. Si eso fuera así -porque puede ser una simple exageración literaria- estaríamos ante una sociedad inhumana, lo cual, teniendo en cuenta que los japoneses prácticamente son ateos, tampoco extrañaría demasiado.
Aquí no se llega a esos extremos, pero cada vez me encuentro con más gente bien conocida que ha llegado por la noche a casa, porque había que contentar al jefe…
Ángel Cabrero Ugarte
Amélie Nothomb. Estupor y temblores. Anagrama 2000.