Muchas veces hemos oído y meditado estas famosas palabras de la epístola de san Pablo a los Corintios, denominadas el himno a la caridad que nunca quedan obsoletas: “La caridad es paciente; la caridad es servicial; no es envidiosa…; no busca su interés, no se irrita…; pone su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13, 4-7).
Al comentar este himno de san Pablo, el dominico belga Servaus Theodore Pinckaers (1925-2008), profesor Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos del siglo XX, decía: “Al leer estos textos, se podría temer que la caridad se encerrase en la vida privada del cristiano. No obstante, es ella la que, con un mismo movimiento, forma la Iglesia para hacer de ésta el cuerpo de Cristo, que sobrepasa las fronteras y se extiende a todas las naciones” (175).
De hecho, la caridad cristiana y la fe están llamadas a unir al género humano en una familia nueva, la de los hijos de Dios, según Pinckaers: “El poder de la caridad es tal que eliminará las divisiones más profundas entre los hombres, las mismas que han producido el enfrentamiento de la moral evangélica con las moradas antiguas” (176). Por eso añade el texto de san Pablo a los Gálatas: “ya no hay judío, ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 27-28).
Es más la propia unidad de vida del cristiano, se fundamenta en la caridad, pues ya no hacemos en nuestro libre actuar muchas cosas y dispersas, sino en realidad sólo obramos una: el amor, pues todo queda unido por la caridad. “Por consiguiente, la caridad es la virtud soberana porque reúne los extremos de la vida cristiana: se complace en las más pequeñas virtudes que obran en la humildad de lo cotidiano y, apoyándose en éstas, abarca todas las dimensiones de la Iglesia, más allá de las miras y obstáculos humanos” (176).
Es interesante que, inmediatamente, nos recuerde Pinckaers que “la fe y la caridad no pueden ejercerse en la realidad sin poner en práctica las virtudes humanas que son estudiadas por la filosofía griega, así como en los libros sapienciales” (177).
Lógicamente, Pinckaers trae inmediatamente a colación el famoso texto de san Pablo a los filipenses: “Por lo demás hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud (areté) y cosa digna de elogio (epainos), todo eso tenerlo en cuenta” (Filp, 4,8). Y comenta: “Se diría que san Pablo ha escogido las palabras para dirigirse a los griegos, especialmente la de areté, que evoca todas las virtudes clásicas (…). Es claro que la práctica de la virtud forma parte de lo que san Pablo ha enseñado y vivido, como un modelo para los filipenses” (178).
El colofón de Pinckaers es claro: “después de haber establecido el fundamento de la fe y de la caridad, san Pablo recupera, si se quiere, las virtudes griegas, pero las hace entrar en un organismo nuevo” (179). efectivamente el organismo de la gracia y de las mociones del Espíritu Santo: gracia de Dios y libertad.
José Carlos Martin de la Hoz
Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 pp