El símbolo de los apóstoles resume magníficamente las verdades que todo cristiano lleva guardadas en el alma, como secretos arcanos del corazón y como amores que se viven y se trasmiten con la vida.
Casi al final del mismo, se nos recuerda plásticamente que tenemos un hogar en el cielo, una mansión que nos espera para siempre, un lugar donde los sentidos se aquietan, el corazón se ensancha y el entendimiento queda deslumbrado.
La comunión de los santos consiste en recordar que tenemos una familia con mucho abolengo, de siglos, extendida por toda la tierra y con personas de todas las edades, estados de vida, razas y lenguas.
De hecho, el Concilio Vaticano II nos recuerda que el hombre es imagen y semejanza de Dios y que, al igual que en la Trinidad inhabitan tres relaciones subsistentes, también nosotros, somo relación con Dios y con los demás.
La Iglesia, como nos recuerdan los teólogos y está escrito en el nuevo catecismo de la Iglesia católica, es la comunión de Dios Padre con sus hijos los hombres, y entre sí, en Jesucristo, por el Espíritu Santo
Indudablemente, los santos son amigos de Dios, pero también son amigos y cuidadores de los hombres y, por tanto, es lógico que periódicamente, el maestro nos recuerde y explicite esta materia y nos incentive a regresar a acudir a la intercesión de los santos, algo que está presente desde el comienzo de la evangelización.
Para llegar a la complicidad, habremos de comenzar por acudir a los santos, para las cuestiones materiales y espirituales más sencillas, hasta alcanzar un trato habitual, una invocación frecuente -la llamada devoción- y, por tanto, la costumbre de pedir y de escribir los favores, de contarles nuestras preocupaciones e intereses.
Al comprobar que “funciona”, que no solo nos hacen caso y nos escuchan ocasionalmente, sino que podemos tener una verdadera relación de amistad y de confianza, podremos contar con ellos no solo para alcanzar gracias del cielo, sino también para desahogar el alma.
Como la lógica de Dios es la lógica del enamorado y no sabemos pedir lo que nos conviene, los santos nos ayudarán seguramente a entender bien lo que Dios desea decirnos, cuando nos pide paciencia, con la aparente falta de respuesta inmediata, con hacernos esperar y esperar, a veces demasiado.
Es divertido que la complicidad con los santos a veces viene de la emoción del encuentro tras leer una biografía y otras veces viene de pedir imperiosamente problemas y preocupaciones y, después, nos pica la curiosidad por conocer al nuevo amigo.
José Carlos Martín de la Hoz
José Carlos Martín de la Hoz, Santos y milagros, Palabra, Madrid 2021, 120 pp.