Ronald Dworkin (1931-2013), eminente jurista inglés pronunció en el 2011 una célebre conferencia en la Universidad de Berna sobre el tema "la Religión sin dios", de la que es deudora este texto que compuso para su publicación acaecida poco antes de su fallecimiento.
Recordaba nuestro autor en su conferencia del 2011, cómo Albert Einstein por una parte se reconocía ateo y, por otra parte, pensaba que era un hombre profundamente religioso, de ahí que la creencia en una divinidad sobrenatural sería, para Dworkin, sólo una expresión posible del asombro ante la creación.
A lo que añadirá que lo que une a teístas y ateos es mucho más grande que de lo que tradicionalmente los separa: unos y otros experimentan lo sublime y lo doloroso, tienen fe en la verdad, se comprometen con la vida bien llevada, y defienden el valor de sus convicciones.
El tema fundamental que preocupa al jurista inglés es la feroz lucha entre los ateos militantes y los creyentes, así lo expresa con dureza: "En lugares menos violentos, como los Estados Unidos, el terreno principal de sus peleas es la política, en cualquier nivel, desde las elecciones nacionales hasta las reuniones de los comités educativos locales. Las batallas más aguerridas no suceden entre las diferentes sectas de religiones teístas, sino entre los creyentes fervorosos y aquellos ateos a quienes los primeros consideran bárbaros inmorales e los que es imposible confiar y cuyo número creciente es una amenaza para la salud moral y la integridad de la comunidad política" (17).
Por tanto, Dworkin busca una solución que haga creíble al ateísmo: el ateísmo religioso y, a la vez, impulsará que ese ateísmo sirva de moderador del dialogo con los creyentes. Por eso, intenta encontrar un núcleo metafísico a su propuesta: "la actitud religiosa acepta la realidad absoluta e independiente del valor: acepta la verdad objetiva de dos juicios centrales sobre el valor. El primero afirma que la vida tiene un significado o importancia objetivos. Cada persona tiene la responsabilidad innata e inalienable de intentar que su vida sea exitosa; es decir, de vivir bien y aceptar responsabilidades éticas con uno mismo y responsabilidades morales con los otros, no solo porque lo consideremos importante, sino porque en sí mismo es importante, lo creamos o no. El segundo afirma que lo que llamamos naturaleza –el universo como un todo y cada una de sus partes- no sólo es una cuestión de hecho, sino que es sublime en sí misma: algo con un valor y asombro intrínsecos" (18). Como es lógico, la fundamentación metafísica que ha expresado, deja que desear, pues la palabra ateísmo, por sí misma es incompatible con metafísica o el más allá trascendente. Una solución al problema planteado sería sustituir el termino ateísmo por agnosticismo; puesto que el agnóstico habitualmente se mueve en la esfera de la creencia aunque se abstenga de concretar, pues como dice Dworkin: "el pueblo tiene, en principio, un derecho de ejercer libremente sus convicciones profundas sobre la vida y las responsabilidades, sin importar si se derivan de una creencia en Dios o no, y que el gobierno debe mantener su neutralidad hacia esas convicciones en elación con las políticas y los gastos" (74).
José Carlos Martín de la Hoz
Ronald Dworkin, Religión sin dios, ed. Fondo de cultura económica, México 2016, 102 pp.