Hay que reconocer que la teología moral debería haber ser sido escrita en francés, tanto por la musicalidad, como por la abundancia de matices y sugerentes metáforas que emplea. De hecho, el profesor Michel Ferrandi, en el último fascículo publicado en la Revista “Nova et Vetera”, la revista de los dominicos de la universidad de Friburgo, comienza su disertación sobre “amor y felicidad” con una distinción básica y elemental, para luego ascender musical paulatinamente hacía las alturas de la contemplación.
Comienza nuestro autor distinguiendo, con Ulises, entre el amor de concupiscencia y el amor de benevolencia o de amistad, es decir la diferencia entre “el viaje hacia la felicidad y la primera posesión de la misma”. El deseo del amado y la entrega al amado son dos facetas del amor (27). Precisamente, el sentido del viaje de retorno a casa, donde espera el amor, en el pensamiento moderno se convierte en el viaje a la razón donde podemos aquietar las inquietudes.
De hecho, nuestro autor, volviendo los ojos a los grandes pensadores de la modernidad, inquiere por el concepto de felicidad para comprobar lo lejos que han quedado en sus horizontes sin trascendencia: Rousseau es el deseo en sí mismo porque el cumplimiento del deseo es decepcionante. Para Schopenhauer, en el otro extremo, convierte al deseo en la fuente de la desgracia, para que sea necesario renunciar a las ganas de vivir. Spinoza revierte el resultado del deseo y la felicidad está al servicio del deseo de argumentar su propio poder. Finalmente, Nietzsche hablaba vehementemente del deseo como voluntad de poder (38).
Inmediatamente, retoma el hilo del discurso clásico y acude al latín para precisar el contenido del concepto de deseo: el deseo es básicamente “appetitus”, antes de convertirse en un verdadero “desiderium”; inmediatamente señala que, paralelamente, podríamos distinguir con propiedad entre “concupiscentia” y “voluntas” (40).
Evidentemente, el deseo sensible de lo ausente es un paso previo en el camino del amor. Así para muchos, al final del largo camino, la felicidad se reduciría a la plena realización de nuestra naturaleza humana. Pero para el Aquinate la beatitud es la visión sobrenatural prometida por Cristo al que ha alcanzado los méritos necesarios (41).
Volviendo al concepto clave del bien como la razón de la tendencialidad del universo, “es claro que el bien justifica el amor. Por el lado del amor hay un apetito, hay un deseo de ser satisfecho” (45). Como diría santo Tomás “Potentia dicitur ad actum”. Es más “el amor consiste en donar los bienes al otro y así donarse al otro” (47).
Afirmaba santo Tomas que “La bondad de las criaturas se encuentra en la imitación de la bondad de divina y la bondad divina se muestra en el obrar y especialmente en el obrar creador de Dios” (CG III, 21), por eso felicidad y santidad se unen intrínsecamente, pues el deseo de felicidad es el deseo del bien total que es la identificación con Cristo (49). Finalmente, volverá desde la caridad sobre el concepto de delectación: “en efecto la delectación es el reposo de la voluntad en el bien” (51).
José Carlos Martín de la Hoz
Michel Ferrandi, Amours et Bonheur, Nova et Vetera, (1/2021) 27-56.