En la España del comienzo del siglo XX, se reprodujo
violentamente el fenómeno del anticlericalismo que había nacido en el siglo
anterior. El
objetivo de ese anticlericalismo no fue discutir la doctrina de la Iglesia, o
los contenidos del Evangelio, o la verdad de la Fe que la Iglesia Católica proponía, sino tratar de quitarse el yugo de conciencia y las
formas sociales conformadas por la Iglesia. Estos pensadores deseaban una moral laica, y unos principios liberales
autónomos. Como afirma Vicente Cárcel: "el
anticlericalismo aparece como una ideología política que se opone a la
tendencia del clero de formar una organización religiosa satélite de la
sociedad, que tendría como fin impedir que sus miembros cayeran bajo el influjo
deletéreo de la autoridad secular. Por ello no se pronuncia sobre cuestiones
teológicas fundamentales como la existencia de Dios, ni lucha directamente
contra la religión, sino que se opone completamente a la confusión entre la
sociedad civil y la fuerza del clero" (p.92).
En
el interesante trabajo colectivo, coordinado por Julio de la Cueva y Feliciano
Montero, titulado: La secularización
conflictiva. España (1898-1931), se aportan muchas luces sobre la cuestión
del anticlericalismo, de gran interés para el conocimiento de la II República y, en último término, de la violencia antirreligiosa de la Guerra Civil.
Así
lo resume Julio de la Cueva: "El
anticlericalismo entendido como lucha por la laicidad acompaña al liberalismo
español –y a otras fuerzas de izquierda como socialismo y anarquismo- a lo
largo de toda la contemporaneidad por lo menos hasta los años 30 del sigo XX y
más allá" (p.14).
Es
interesante constatar que para los liberales de finales del XIX y comienzos del
XX, se trataba de secularizar el estado pero no la sociedad. Como dice Manuel Suárez Cortina: "Mequíades
Álvarez exigía la secularización del Estado, pero en modo alguno de la
sociedad, ya que ésta no podía vivir sin religión y sin Dios" (p.86).
De
hecho, desde 1898 hasta 1913 se produjeron manifestaciones populares
anticlericales en todo el país, con un fuerte sabor anticongregacionista. Y,
como afirma María Pilar Salomón: "Aunque
el anticlericalismo desapareció de la escena política hacia 1913, ese referente
identitario anticlerical difundido tanto por el discurso y la movilización
anticlericales, como por la sociabilidad laica, prevaleció" (p.137)
Finalmente,
las medidas secularizadoras de los gobiernos de 1931 se podrían resumir, como
hace Manuel Suárez Cortina: "separación
Iglesia y Estado, supresión del presupuesto de culto y clero, proscripción de
las órdenes religiosas ‘en razón de su temeridad para con la República’, esto
es, de los jesuitas y la prohibición al resto de ejercer la industria, el
comercio, así como la dedicación a la enseñanza" (p.99).
José
Carlos Martín de la Hoz
Para leer más:
Carcel Orti, V. (1977) Iglesia y
Revolución en España (1868-1874),
Pamplona, Eunsa,
AA.VV, La
secularización conflictiva. España (1898-1931), ed. Biblioteca Nueva, Madrid 2007.