En la autobiografía de Lluís Duch (1936-2018), publicada recientemente en Fragmenta, “Salida del laberinto”, como, era de esperar, hay un largo espacio dedicado al estudio de la antropología y el mito, puesto que esa fue la orientación de nuestro autor tanto es la tesis doctoral como a lo largo de toda su larga vida académica.
Lógicamente, comenzará por desarrollar ampliamente el problema del mito en la post ilustración o pensamiento moderno, pues el monje catalán realizó su tesis doctoral sobre ese tema en la obra de Mircea Eliade y conoció a fondo los estudios de Bultmann, Paul Tilich, etc (60-61).
Precisamente en la segunda parte del trabajo, después de haber dedicado suficientemente espacio a tratar sobre su formación, temas de estudio e investigación posdoctorales, comunicación, etc., se centrará en su tema favorito: “el problema del mito es y seguirá siendo el de su separación de la razón” (124).
Un poco más adelante afronta una cuestión a mi modo de ver importante que es la explicación del giro operado en sus escritos acerca del cambio de visión de la historia como maestra de vida a una cierta pérdida de importancia, como relativismo, dentro de sus estudios de mitología y simbología: “hacia finales de los años ochenta del siglo pasado, la lectura de algunos textos de Walter Benjamin, sobre todo sus tesis sobre el concepto de historia, me acabó de convencer de la banalidad del historicismo del siglo XIX, centrado obsesivamente en los documentos, que aun está vigente en los trabajos de algunos historiadores actuales” (129).
No deja de ser importante subrayar que la historia de la Iglesia es y se hace con documentos, lo que ocurre es que unos documentos son archivísticos y otros son documentos de santidad de vida. Ambos: fe y vida, son historia y son fe. No se puede reducir la historia a historia de la salvación, ni olvidarse que la fe deja hechos historiables como demuestra el Nuevo Testamento.
Finalmente, subrayaba tres grandes modelos de antropología: el primero, denominado optimista: “el ser humano es naturalmente bueno porque conserva las huellas benéficas de una creación original sellada con la bondad y la plenitud propias de los orígenes. En términos generales, la antropología de la visión católica se ha mantenido con cierta unanimidad en esta tesitura” (134). Enseguida, añadirá el pesimista, como Lutero que “consideran que el ser humano, no en términos estrictamente morales, sino ontológicamente, es estructuralmente malo o, quizás mejor, deficiente, caído, incapaz de hacer el bien” (135). Finalmente, el tercer modelo: “las antropologías de la ambigüedad tienen como premisa básica que a priori el ser humano es indefinición. Solo en la provisionalidad y la imprevisibilidad de los sucesivos hic et nunc de la vida cotidiana, a posteriori, por lo tanto, y nunca de una manera genérica y normativa, pueden concretarse las dimensiones existenciales de hombre y mujeres de un tiempo” (137).
José Carlos Martín de la Hoz
Lluís Duch, Salida del laberinto. Una trayectoria intelectual, editorial Fragmenta, Barcelona 2020, 220 pp.