Parece un hecho demostrado que las primeras palabras de un libro son muy importante para captar al lector, y suelen citarse como paradigmáticos el comienzo del Quijote o el de Moby Dick o el de Memorias de África o el del magnífico relato de Clarín ¡Adiós, Cordera!, entre otros muchos. Pero también sucede que, a veces, un libro nos atrae simplemente por el título o por la portada, de ahí la importancia del cuidado de las ediciones –es evidente que en los últimos años la calidad ha mejorado mucho–, aún más, si cabe, en la sociedad de la imagen en la que nos movemos.
Me ha sucedido recientemente con El Ángel del olvido de Maja Haderlap. Nada sabía de la autora, pero, al detenerme en la caseta de ediciones Periférica, en la reciente Feria del Libro madrileña, la portada del libro me llamó la atención, lo ojeé, tomé nota, leí poco después una reseña del texto y decidí adquirirlo y leerlo. Probablemente, si no hubiera sido por la atracción de la portada, habría pasado para mí inadvertido. La lectura ha merecido la pena, aunque lo que cuenta es bastante duro y penoso.
Hace ya varias décadas, en la librería de una estación de ferrocarril, busqué algún libro para el viaje que iba a emprender, me llamó la atención un título: Sepulcro en Tarquinia, y así se inició mi relación, tan enriquecedora, con la poesía de Antonio Colinas. Otras portadas seductoras han sido la de Abecedario de la pólvora, que me ha acercado al búlgaro Yordan Radíchkov, y la de El accidente, del rumano Mihail Sebastian. Esto es aún más frecuente y quizá también más determinante en el caso de la literatura infantil y juvenil, la lista sería en este caso interminable, pienso que a todos nos habrán seducido las magníficas ediciones de la Historia de Babar, por poner un ejemplo. El trabajo bien hecho ofrece muchas compensaciones.
Luis Ramoneda
Maja Haderlap. El Ángel del olvido. Ed. Periférica 2019