Estamos en el final de un largo camino, casi centenario, del servicio al amor de Dios y a la Iglesia de Benedicto XVI, uno de los grandes, una verdadera cumbre de la santidad y de la inteligencia del siglo XX y XXI y es, por tanto, lógico detenerse ahora a realizar un sencillo balance.
Demos gracias a Dios porque ayudó a San Juan Pablo II durante veinte años a aplicar el verdadero concilio Vaticano II a la vida de la Iglesia del siglo XX y XXI y en el mundo entero.
Se trata de una vida verdaderamente humilde con toda la grandeza de esa virtud Cristiana comprendida como cimiento, basamento y como servicio abnegado a la Iglesia con el silencio de la humildad.
Desde 1981 sirvió humildemente al santo Padre San Juan Pablo II avizorando los grandes problemas intelectuales que aquejaban a la humanidad exhausta tras la caída del muro e incapaz de dar una orientación vigorosa a la cultura que emergió al final del segundo milenio.
Juan Pablo II iba infatigablemente por el mundo entero predicando a Jesucristo con muchas de las ideas que el cardenal Ratzinger vislumbraba en su teología arrodillada: verdad y Libertad, fe y razón, la dignidad de la mujer, la relación fe y ciencia, la nueva doctrina social de la Iglesia.
Ahí están los sólidos frutos del Pontificado de San Juan Pablo II: el código de derecho canónico, el catecismo de la Iglesia Católica y el espíritu de la verdadera liturgia.
Durante su breve pontificado, Benedicto XVI, nos proporcionó cuatro magníficas encíclicas sobre la caridad, la esperanza y la fe y sobre la doctrina social de la iglesia con las que confirmó nuestra Fe.
Seguidamente sufrió el duro embate de una campaña diabólicamente organizada para desprestigiar a la Iglesia combinando con habilidad los tiempos y los ataques. Su reacción desde la cercanía con las víctimas, las medidas severas y ejemplarizantes con los acusados y la clarificación de los medios para reparar en justicia, pusieron las bases de una respuesta eficaz al problema.
Finalmente, su presencia Orante y discreta junto al Papa Francisco ha sido de una gran ayuda para que el papa Francisco haya podido realmente en solo diez años una reforma de la Iglesia evangelizadora y evangelizante.
José Carlos Martín de la Hoz