Frecuentemente me he preguntado cómo es posible que de los colegios católicos salgan promociones enteras de alumnos religiosamente indiferentes, cuando no agnósticos, faltos de fe. Hoy creo haber encontrado la respuesta en la falta de una educación de la afectividad.
San Josemaría Escrivá hablaba de proporcionar a los jóvenes una "cabeza y corazón católicos" y, recientemente, el papa Francisco hablaba de la Universidad del Sentido, centros educativos en los que los jóvenes encuentren un sentido para sus vidas, y para ello hablaba de educar el corazón, la mente y las manos. El primer requisito para alcanzar este objetivo está en distinguir entre educación e instrucción, la instrucción va dirigida a la mente y ocasionalmente a las manos, por ejemplo en la Formación Profesional, pero ¿qué pasa con el corazón o educación en los valores?
La revista Aceprensa, en el número de abril de 2024, incorpora una estadística acerca de la fe de los jóvenes en distintos países: países desarrollados como Italia, Reino Unido o España, países en vías de desarrollo como México, Argentina o Brasil, y otros pobres como Kenia o Filipinas. Existen -señala el autor del artículo- "grandes diferencias por países": en Kenia, Filipinas y Brasil son creyentes más del 80% de los jóvenes, en México el 71%, en Argentina y Reino Unido aproximadamente la mitad, el 50%, en Italia el 42% y la mínima se da en España con un 30% de jóvenes creyentes (Aceprensa, nº 28, pág.23).
Vemos cómo la fe está en proporción inversa con la riqueza: a mayor renta menor fe. No nos debería sorprender, ya que Nuestro Señor Jesucristo lo decía en los evangelios: "¡Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de los Cielos!" (Lc.18,24), o también "donde está tu tesoro allí está también tu corazón" (Mt.6,21); y en las Bienaventuranzas, código ético del Nuevo Testamento, la pobreza se coloca en primer lugar, ya sea en San Lucas: "Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los Cielos" (Lc.6,20), como en San Mateo: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt.5,3). La diferencia entre unos y otros, los pobres y los pobres de espíritu, reside en que los segundos estarán dispuestos a desprenderse y compartir sus bienes con los necesitados, en tanto que los pobres carecen de ellos.
Cuando en la educación faltan valores como son la pobreza, el desprendimiento, la voluntad de servir, de compartir, el corazón se orienta hacia el propio interés. Lo explica el Señor en la parábola del hombre rico que tuvo una gran cosecha, el cual decía: "¡Alma mía! ya tienes bienes para muchos años, descansa, come, bebe y date buena vida" (Lc.12,16-21). Podriamos preguntarnos en qué se diferencia la actitud de aquel hombre con el planteamiento de la llamada sociedad del bienestar, en la que el objetivo es satisfacer los deseos de los ciudadanos, cuyo motor es el consumo y el valor predominante la envidia bajo la denominación de igualdad.
Se dice que la educación es un poderoso ascensor social, que permitirá al joven mejorar su estatus personal y familiar, es verdad y es positivo; pero ¿qué pasa con la educación en la afectividad? El papa Francisco habla de la Universidad del Sentido, centros docentes en lo que los jóvenes puedan descubrir un sentido para sus vidas, en los que el corazón se apegue a los valores espirituales del amor y la generosidad.
San Juan Bosco recomendaba a sus religiosos que compartiesen el patio de recreo con sus alumnos, que se mostrasen alegres, cercanos, y san Josemaría Escrivá llevaba a sus primeros seguidores -fundamentalmente universitarios- a los hospitales públicos en los que se hacinaban los enfermos, o a las barriadas extremas donde vivían los más pobres, para que abriesen sus corazones a las necesidades de los demás. Son caminos para la educación en la afectividad, en los valores espirituales.
Juan Ignacio Encabo Balbín
Serrano, Joaquín, Aceprensa nº 28, abril 2024.
Francisco, Papa, Vatican News, 23 de mayo 2024.