Indudablemente hablar de educación y, sobre todo, de educación de las virtudes significa tener muy claro el fin del hombre. De ahí que los autores de este trabajo colectivo comiencen por planear la educación como proceso relacional (10). Educar es un proceso integrador de afectos, sentimientos, conocimientos y virtudes: un modo de “recibir un don de Dios” (11). Indudablemente, “el fin es la felicidad y el camino de las virtudes” (21).
Conviene recordar que en Grecia la educación la impartían los filósofos, no los pedagogos, por tanto, una y otra vez a lo largo del trabajo volveremos al amor a la sabiduría y a la metafísica, esenciales para entender la virtud y extraerla del voluntarismo o del escepticismo. Asimismo, Cristo aparecerá a lo largo del trabajo como el verdadero y único maestro, el pedagogo con su vida y su enseñanza constante, con su voluntad divina y voluntad humana (29, 36).
Entrando en el fondo de la cuestión, nuestros autores superarán el duro ascetismo de nuestros antepasados recientes, con conceptos clave como “virtudes en la dinámica del amor” (42), formación para la fidelidad (70), la capitalidad de la prudencia por encima de la estrategia (85). Efectivamente, enseñar a amar a los discípulos antes de plantearles el camino del amor como la sustancia del cristianismo. Enseguida, nos dirán que el amor hermoso del que habla el libro de la sabiduría tiene mucho que ver con el seguimiento de Cristo en la predicación y escritos de san Juan Pablo II (96). Finalizarán este aparato señalando dos cuestiones clave para la sensibilidad actual. La primera, recordarán que la pureza es señorío, belleza, armonía de virtudes y reflejo del domino (112). Asimismo, señalarán la crisis actual del arte religioso (117).
El estudio del liderazgo tan de moda en la pedagogía americana, competitiva y desasosegante, es abordada desde el ángulo de la generosidad del amor, de la autenticidad, pues el líder es aquel que vive lo que dice, que es coherente: “liderazgo es prudencia” (122). A esto añadiremos servicio y donación (131)
Es indudable que una narración novelada de la vida de un santo, como san Ignacio de Loyola. o del santo Evangelio o de una hoja informativa de un proceso puede cambiar el rumbo de nuestra existencia y “aspirar a carismas más altos” (144).
La veracidad requiere ser mirada con nuevos ojos (168). Hasta ahora la educación se estaba planteando como un adiestramiento de técnicas de lenguaje informático y lenguas para vender mas cosas y a más gente. Ahora se trataría de recuperar la veracidad, no como lo sincero, sino como la búsqueda de lo verdadero (169) y lo bello (170): buscar “el ser del hombre y su destino” (172).
Al final nuestros autores vuelven al sentido relacional con el que habían comenzado su disertación, eso sí en el camino han renovado el lenguaje la fundamentación y han aportado luces nuevas y valiosas a un quehacer cada vez más urgente.
José Carlos Martín de la Hoz
V. Fernández, C. Grabados y J.A. Granados (ed.), Pedagogía y virtudes. La excelencia en el camino del amor, Ediciones Didaskalos, Madrid 2022, 176 pp.