Todos los domingos en la misa se recita el Credo o Símbolo de los Apóstoles y, con toda naturalidad, reafirmamos nuestra fe en el dogma de la Comunión de los Santos y, por tanto, en la sólida unidad de la Iglesia triunfante, purgante y militante, es decir que todos formamos una familia sobrenatural en Jesucristo nuestro Señor y en la compañía de la Virgen, Madre de la Iglesia, de san José, de los ángeles y los santos.
La santidad podría definirse como amar e imitar a Jesucristo y a ese fin hemos sido invitados, y para eso hemos sido llamados al recibir la gracia bautismal y entrar en la Iglesia para recibir la abundancia de la gracia, el perdón y la misericordia de Dios.
Los sacramentos, los mandamientos, las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, la acción incesante del Espíritu Santo en nuestras almas y el deseo renovado de hacer en todo momento la voluntad de Dios y alabarle y darle gloria son los medios para que esa santidad llegue a su fin.
Es importante, mediante el bautismo, cruzar el umbral y entrar en la Iglesia, pero también es importante colaborar con el Espíritu Santo, el santificador, para huir de la puerta, y adentrarse en la Iglesia para que nuestra fe sea viva y operativa, pues realmente o nos enamoramos de Jesucristo o nos mundanizamos, es decir, podríamos convertir la fe en una fe congelada: un paquete de ideas, un conjunto de creencias, una sociología barata.
La teología católica ha ido a lo largo de los siglos profundizando en la teología espiritual y nos ha legado un conjunto de expresiones, como son las virtudes humanas y sobrenaturales que dan solidez a nuestro amor y, a su vez, facilitan entender el proceso de la santidad como desarrollo de las virtudes y, finalmente, el estudio de la heroicidad de las mismas.
Actualmente la eclesiología de comunión y tantas enseñanzas del Concilio Vaticano II nos han recordado la llamada universal a la santidad y por tanto la invitación a la vida contemplativa, la heroicidad de las virtudes y un sentido dinámico de la misión apostólica de la Iglesia. Como afirmaba san Juan Pablo II en la Novo Milenio Ineunte, la Pastoral de la Iglesia del Tercer Milenio es la pastoral de la santidad.
Precisamente la Sinodalidad a la que el Papa Francisco ha convocado a la Iglesia nos recuerda la santidad personal como comunión con Dios y, a la vez, la realidad de que para sacar la Iglesia adelante se requiere aportar santidad y, sobre todo, un deseo renovado de buscar constantemente la intimidad con Dios.
Verdaderamente, la contemplación de las vidas admirables e imitables de los santos del cielo son una manifestación de la Comunión de los Santos, comenzando por la heroica perseverancia hasta el final en el ejercicio de las virtudes, es decir, en el amor a Dios y a los demás, Evidentemente, se aplican aquí las dos facetas: la fama de santidad nos lleva a aprender de la radicalidad del amor y las gracias y favores nos hablan de la confianza de hermanos y de amigos en el cielo que interceden por nosotros y velan por nosotros junto a la divina providencia de Dios.
José Carlos Martín de la Hoz