style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman"'>Resulta que sé alemán. Y
he vivido muchos años en Alemania, hasta que me contrató la Universidad de
Navarra. Por eso, cuando iba a venir a Pamplona el cardenal Ratzinger para
recibir un doctorado honoris causa, me pidieron que
le acompañara. Estuve cuatro días con él, traduciendo, comentando, paseando,
yendo de acá para allá, en reuniones y coloquios…
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman"'>Años después sucedió a
Juan Pablo II. Hora y media después de ser elegido Papa, los periodistas ya
tenían mi(s) teléfono(s). Hasta 15 entrevistas en prensa, radio y televisión me
sacaron del anonimato de profesor de provincias (en una universidad nada
provinciana, gracias a Dios). Todas querían saber lo mismo: cómo es Benedicto
XVI de cerca, incluso qué le gusta comer. Porque—decían los periodistas—no
sabían casi nada de él como persona. No fue fácil contestar: aquellas jornadas
en Pamplona fueron extraordinarias, pero la persona que estaba en el centro de
todo, un gran teólogo e intelectual, no hizo nada especial. Fue, sencillamente,
cariñoso, cercano, de una gran naturalidad. Una bellísima persona, diríamos en
castellano. Habló poco de sí, escuchó, comentó, sonrió muchas veces. Se mostró
ajeno a las críticas y comentarios que salían a colación en alguna
conversación, se le veía despreocupado de su persona. Comentó detalles de sus
colaboradores; recordaba, sobre todo, a uno de ellos, gravemente enfermo de
cáncer. Recorrimos el campus, desierto a las diez y
media de la noche, después de una cena en que había escuchado, paciente,
tranquilo, a investigadores del área biomédica. Era sábado y el lunes, en un
coloquio con médicos de la Clínica Universitaria, preguntaba por cosas que le
habían contado ese día. Paseamos esa noche hablando, entre otras cosas, de los
tres ríos que tiene Pamplona: el Arga, el
class=SpellE>Sadar y el Elorz, y yo comenté
class=GramE>—¡qué tontería!—que Pamplona no era como París, Londres o
Roma, que sólo tienen uno. El futuro Papa había llegado a la ciudad el viernes.
El sábado la cercanía era tal que uno decía tonterías con gran naturalidad...
Evidentemente, él era el centro aquellos días. Lo dijo otro de los doctores
class=SpellE>honoris causa, Julian
class=SpellE>Simon, judío americano y economista. Cuando le propusieron
el doctorado a este pensador, meses antes, aceptó y reconoció que la figura
importante era el cardenal Ratzinger.
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman"'>Cuando entramos el
viernes por la tarde en el edificio Central de la universidad para ensayar la
ceremonia (el cardenal había llegado poco antes a la ciudad),
class=SpellE>Julian Simon estaba allí,
esperando, para saludarle. Le comentó que era judío y el cardenal le habló con
gran aprecio de los que consideraba hermanos mayores de los cristianos. El
cardenal se mantenía en el centro y todo el mundo se esforzaba, se desvivía por
él. Mientras, dejaba hacer, cumpliendo con el (llenísimo) programa. El lunes
por la tarde comunicó que se encerraba en su habitación para repasar una
conferencia que iba a dar en Hamburgo pocos días después. El gran intelectual,
preocupado por una conferencia.
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman"'>Por cierto, como
Pontífice es un maestro del texto breve. En las audiencias, en las homilías y
en los discursos ha optado por la brevedad. Y por la claridad. Pero no da
puntada sin hilo: ¡qué temblor en su discurso en Auschwitz!,
¡qué capacidad para adecuar a valores simbólicos lo que fácilmente puede pasar
desapercibido, de profundizar en lo conocido, en la homilía de la procesión del
Corpus! La misma impresión daba en las respuestas a tantas preguntas que le
hicieron en aquellos días, en coloquios con médicos, investigadores,
profesores, estudiantes. Las réplicas tenían la profundidad que sólo aporta
quien ha pensado mucho las cosas, quien no duda en admitir también que «de eso
sabe usted mucho más que yo», como reconoció varias veces a algunos
profesores). Sus preguntas sobre temas de bioética, especialmente a los médicos
de la Clínica Universitaria, denotaban una profunda preocupación por lo humano,
por la Iglesia. Le impresionaron las respuestas de los médicos, llenas de
coherencia cristiana y de valía profesional. A los periodistas les relató—más o
menos, es lo que recuerdo—que había conocido una universidad verdadera, en la
que el diálogo interdisciplinar estaba al servicio de
la búsqueda de la verdad. Le impresionó, igualmente, el trabajo en la clínica
de quienes se ocupan de la lavandería, el planchado y la preparación de comidas
(saludó a la navarrica que estaba hasta el codo de
harina preparando la repostería...).
style='font-size:12.0pt;font-family:"Times New Roman"'>En aquellos días en que
salté a la fama, un periodista me dijo que la imagen que yo transmitía del
cardenal se contradecía con la que se tenía (¿se sigue teniendo?) de él.
Simplemente relaté lo que había vivido. Porque, sencillamente, resulta que sé
alemán. Por eso pude, en cuatro días, en Pamplona, conocer de cerca a quien hoy
es Benedicto XVI. Años después, sigo convencido de que he conocido a uno de los
grandes.
Enrique
Banús
Director del Centro de Estudios Europeos
Universidad de Navarra