Dar la vida por la Iglesia

 

El tiempo pasa volando y hemos llegado una vez más al 26 de junio de este año, dies natalis, del Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer. Es decir, volvemos ahora con la imaginación y le vemos entrar en su despacho de trabajo al filo del mediodía, mirar a la imagen de la Virgen de Guadalupe que tenía en la pared y, tras un infarto, recibir una rosa de la Virgen y marchar con ella a la gloria celestial.

Un descanso merecido y eterno para un alma que se había exprimido como un limón en el servicio a Dios, de la Iglesia y de todas las almas. Un merecido descanso para quien se había entregado heroicamente para dar lo mejor de sí mismo, para quien había vivido de amor y para amar.

En 1932, pocos años después de haber fundado el Opus Dei en estos edificios de la Basílica de la Virgen Milagrosa de Madrid, hacía en sus apuntes íntimos un resumen extractado del querer de Dios: “En lo humano, el omnia in bonum, el todo es para bien, que dejó escrito san Pablo: “Omnia cooperantur in bonum” (Rom 8, 28). En los sobrenatural, el diálogo con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo”.

En efecto: decía el cardenal Ratzinger, con motivo de la canonización de san Josemaría en 2002, que la heroicidad de la santidad consistía exactamente en el diálogo con Dios. Cuanto más hablemos con nuestro Dios confiada y complicemente más santos seremos.

Efectivamente, las contrariedades y dificultades de la vida, los trabajos y esfuerzos de la jornada le dan chispa y emoción a la existencia y, por tanto, son motivo abundante de conversación animada con Dios y con los hombres y por tanto activan el amor y la pasión por sacar adelante la Iglesia y la sociedad que son las tareas que se nos han encomendado.

Precisamente, en los años finales de su ida además de las tareas ordinarias del cristiano con las que santificarse san Josemaría tuvo que sufrir tanto por la Iglesia que terminó por dar su vida por ella. Por ofrecer su vida por la Iglesia.

Estamos en los años posteriores al Concilio Vaticano II cuando quienes vivían con el Santo Padre san Pablo VI la aventura de la aplicación del Concilio habían pasado de la esperanza en una nueva primavera para la Iglesia a un sufrimiento indecible por la situación de autodestrucción.

El fenómeno de la contestación dio paso a un tsunami litúrgico y una falta generalizada de disciplina en el clero, la vida religiosa y la moral de las costumbres. Tiempos de escasez de vocaciones y de pérdidas de otras muchas, de arrojar por la borda muchas tradiciones y esperanzas.

San Josemaría como buen Padre, sostuvo la fe de sus hijos y de otros cristianos y procuró obedecer al Santo Padre y a todos los obispos y sacerdotes y religiosos del mundo entero: del “sentiré cum Ecclesia” llegó a “Sentire in Ecclesia”. Siempre muy unido a la Virgen Milagrosa y a Santa María Mater Ecclesiae. Recordemos sus pasiones dominantes: “Omnes cum Petro ad Iesum Per Mariam”.

José Carlos Martín de la Hoz