Casi treinta años separan Morriña, novela de
Pardo Bazán de 1889, de Volvoreta, novela de
Fernández Flórez publicada en 1917. La trama es muy parecida; en ambas nos encontramos
la misma situación, un joven heredero de la aristocracia o de la clase alta
style='background:yellow;mso-highlight:yellow'>de provincias y una sirvienta de
la que se enamora. Un amor imposible.
Ambas novelas están sabiamente escritas, técnicamente
es más consistente Fernández Flórez, en su trama no hay puntos de fuga que sí
encontramos en Morriña; por ejemplo, la búsqueda de un noviazgo ficticio
del joven Rogelio, que es motivo de un capítulo, pero que no se vuelve a
retomar. La ironía y el buen humor recorren las novelas como posteriormente
harán autores de la Generación del 98, aun cuando ambas son encuadrables en el
realismo y en el naturalismo.
Los dos autores son gallegos, muy gallegos, que no
dudan en usar giros idiomáticos, palabras sueltas, como lo son ambos títulos, y
referencias constantes a la tierra y al carácter gallego, a pesar de que Morriña
transcurra en Madrid (de ahí su título).
He tenido la sensación de que ambos autores aportan a
las letras castellanas y a la cultura gallega más que lo que la culturilla
oficial contemporánea se propone hacer por medio de subvenciones a los
escritores gallegos, galleguistas y nacionalistas,
suscritos a la nómina de escritores oficiales de la corte autonómica. Su
dominio de las letras, la claridad de ideas sobre cómo debería ser el progreso
de Galicia y de España entera, el amor sincero por una tierra y sus paisajes,
impregnan de cabo a rabo dos historias grandes de la literatura española. A
diferencia de la cultura contemporánea, se nota que son obras que intentan
aportar algo a la cultura común española, no traen división sino amor a la
tierra y a la cultura.
Aunque el tema de fondo sea muy similar, me quedo con
la historia que nos cuenta Emilia Pardo Bazán. Tal vez sea la ternura, la
viveza de los diálogos y de la omnisapiencia del
narrador o tal vez la creación de personajes que se elevan a la categoría
personal, pero algo hay en Morriña que hace que se mantenga el interés
hasta el final, un tanto menos predecible que el de la afamada novela de don
Wenceslao.
El lector actual tiene en estas dos novelas dos
ejemplos de la mejor novela corta española, insertable en el costumbrismo de
clase alta, regeneracionista en los dos casos pero desde dos puntos de vista
distintos, el liberal de Pardo Bazán y el conservador de Fernández Flórez, lo
que hace que algunos problemas mencionados, sobre todo en Volvoreta,
sean muy de actualidad. Morriña, sin embargo, no tiene tanta carga
social como Volvoreta, ni pretendía tenerla,
al ser calificada por la propia autora de "historia amorosa", pero
ahí detrás siempre hay una autora que no deja de hacerse presente a través de
la narración, por ejemplo, con las críticas a la alineación de los jueces con
el poder político (les suena esto, ¿verdad?). De cualquier forma, no son
novelas "de tesis", sino con personajes, personas, de un tiempo y un
espacio muy concreto, con una historia tan real como las que algunos hemos
tenido la ocasión de oír en nuestra juventud en las mismas tierras gallegas que
añoran los personajes de Pardo Bazán.
Carlos Segade