El cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464), teólogo y filósofo alemán, uno de los intelectuales y teólogos más interesantes del siglo XV, redactó en 1453 una de sus obras más sustanciosas acerca de lo que ahora denominamos ecumenismo. La edición más importante se publicó en 1959 en Alemania.

En efecto, el tratado de “pace fidei”, contenía las reflexiones del cardenal tras concluir la caída de Constantinopla en manos de los turcos, por tanto, el fin del imperio bizantino y el fracaso de su misión diplomática con los turcos, de la no aceptación de los griegos de los Decretos de unión del IV Concilio de Florencia y finalmente del fracaso de la ayuda occidental para evitar el triunfo militar de los turcos.

En ese marco, sorprende el optimismo y la seguridad del Cusano de que todos los creyentes en Dios acabarán superando las desconfianzas, creyendo en Jesucristo y, por tanto, conociendo y entrando en la Iglesia Católica. Es decir: que se solventará el cisma con la Iglesia oriental, se avivará la fe en Jesucristo en el Islam para que descubran que Cristo no solo es un gran profeta sino verdadero Dios y verdadero hombre.

Lógicamente, también se han hecho versiones de este tratado que no corresponden a la realidad, debido a traducciones e interpretaciones del pensamiento del cardenal anacrónicas, basadas en un falso ecumenismo sustentado en el irenismo o en la ausencia de una verdadera fe o de un pensamiento relativista aplicado al dogma cristiano apoyado sobre la base de que los católicos deben aceptar un camino de tolerancia y confianza que propiciara la unidad y la paz. Esto es cierto pero sin perder la convicción de que en el cristianismo está la plenitud de la revelación.

Es interesante recordar que, en las primeras páginas del breve tratado, De pace fidei, se muestra claramente que para el Cusano hay suficientes verdades sobre Jesucristo en el Corán como para que los musulmanes coherentes que comiencen a tratar en la oración a Jesucristo terminen por conocerlo por completo, verdadero Dios y verdadero hombre, y se conviertan, como desarrollará en su tratado “cribatio Alcoranis” (1461).

Inmediatamente comenzará una conversación con 16 hombres sensatos de todas las partes del orbe conocido quienes razonan sobre la unidad de la fe en Jesucristo y las tradiciones y problemas que se observan desde el ángulo variado de tierras distintas y tradiciones dispares. Se hace necesario recordar la sustancia de la doctrina evangélica para venerarla y respetar tradiciones.

Lógicamente la primera conclusión del tratado es que sólo Dios puede lograr la ansiada unidad, pues los hombres tienden a la división, a la complejidad y, sobre todo, a la desconfianza con los demás.

Hay dos notas importantes en este trabajo la importancia de superar la desconfianza, de trabajar juntos por la paz y, por supuesto, de adorar al único y verdadero Dios en el culto cristiano, en la Santa Misa.

La otra cuestión fundamental es la obligación de desechar toda violencia para defender la fe, extenderla o darla a conocer, La clave está en la oración, el ayuno, el sacrificio, pues solo la presentación y la gracia de Dios pueden llevar a la conversión. La persuasión fue el método de los primeros cristianos.

José Carlos Martín de la Hoz

Enzo Solari, De pace fidei: de la libertad a la tolerancia, Teología y vida, 53 (Santiago de Chile, 2012).