Es interesante constatar que el lector habitual pone bastantes medios para que los demás también lo sean. El gozo que lleva consigo la asimilación de libros de un modo constante, aunque sin obsesiones, es algo que desea compartir. Es verdad que puede repercutir en beneficio del propio lector, pues es muy gratificante poder hablar de libros con los amigos, o escribir para beneficio del prójimo, pero en principio el deseo de convertir a los demás en lectores es bastante desinteresado.
Surgen artículos educativos con cierta frecuencia, y libros de más o menos extensión, que explican las maravillas de la lectura. Con frecuencia se proponen títulos, y ahí reside, seguramente, la mayor dificultad. Para que un novato se interese, o mejor incluso, se enganche –que es lo que los lectores queremos- hay que acertar con el “primer amor”. ¡Qué difícil y qué responsabilidad! Es muy difícil porque cada quien es cada quien, y las edades influyen, y la cultura mucho, y los gustos.
José Manuel Mora Fandos escribió un libro, “Leer o no leer”, con cuatro ensayos sobre el tema, que merece la pena conocer. Más recientemente “El elogio del libro de papel” de Barnés, aun aparentando un embate al electrónico, realmente está hablando de la importancia del libro y de la lectura. Y en “Los caminos de la literatura”, Luis Alberto Cuenca vuelve sobre los clásicos, los autores que más le gustan, las bibliotecas, etc. Y así otros muchos.
Pero ¿qué hay que decirle al inexperto? Una de las pegas que alega siempre el no iniciado es que no tiene tiempo, aunque enseguida se da uno cuenta de que maneja con gran soltura toda la temática superficial e insulsa de las series televisivas. Es fácil hacerles ver que la actitud ante esos visionados inútiles consiste en una pasividad total del televidente que solo quiere que le entretengan un rato. Son los que piensan que se descansa en el puro no hacer nada y les cuesta descubrir el gozo tan grande que representa la lectura de un buen libro. En realidad si dedicaran la mitad del tiempo de la televisión a la lectura se leerían un libro a la semana.
Un consejo: hay que dejarse ver leyendo, en la familia, en un centro educativo, en un parque… Alguna curiosidad se despierta. También es importante que haya libros a mano. La biblioteca es fundamental. Tocar, echar un vistazo al índice, curiosear un poco. Visitar librerías donde se puedan ver todos esos libros apetitosos que llaman a ser leídos. Aquí es clara la ventaja del libro clásico respecto al electrónico. También ayuda mucho escuchar cuentacuentos o personas que saben relatar muy bien las historias, porque es más vivo para el que tiene que convencerse.
Hay que tener momentos. En la familia debería ser obligado tener huecos previstos, donde mayores, jóvenes y niños leen sus respectivos libros. Es muy bueno hablar de lo que leemos y para eso son de gran utilidad las tertulias literarias. Ayuda a leer mejor saber que vas a compartir el contenido.
Si hemos visto que es fundamental acertar con el libro para el que empieza, parece claro que es siempre contraproducente obligar a leer. Este es el gran reto, ayudar, conducir, convencer, pero nunca obligar, o casi nunca, porque en las asignaturas de literatura es lógico que haya que leer necesariamente, y por eso en tales casos es especialmente importante acertar con lo elegido paras los niños y los jóvenes. En todo caso, si es verdad que no se debe obligar a leer, sí que es posible, y se demuestra acertado, suprimir prácticamente la televisión en la familia. Y convertiremos al televidente en lector, con gran alegría para este.
Ángel Cabrero Ugarte
J.M. Mora Fandos, Leer o no leer, Biblioteca Nueva 2010
A. Barnés, Elogio del libro de papel, Rialp 2014
L.A. de Cuenca, Los caminos de la literatura, Rialp 2015