Con las decisiones tenemos un problema. Quien más quien menos, nos hemos enfrentado con esas situaciones en las que nos convertimos en malabaristas, con grave riesgo de jugarnos la vida. “Tomar una decisión”, dicho con voz queda y preocupada es síntoma de un problema no resuelto. Y la impresión que podemos tener muchas veces es que la sociedad actual crea personas débiles, incapaces de decidir. Es indudable que nos encontramos cada día adolescentes inseguros de 30 o más años.

Se ha publicado recientemente un libro, “Atreverse a decidir”, que me ha hecho volver una vez más sobre la problemática, complicada, de las decisiones que tomamos o que deberíamos haber tomado. En ese libro se habla de muchos factores que rondan en torno a cómo tomar decisiones. El riesgo, el compromiso, el futuro, la perspectiva de fracaso, la prudencia, la libertad… Aspectos todos ellos que influyen y, por lo tanto, que alguien nos diga algo siempre ayuda.

Se me ocurre que todo ese lio se resume en la libertad. Libertad como la capacidad que tiene el hombre de dirigirse al fin último que da sentido a su vida. Todas aquellas cosas que nos dificultan ese camino son esclavitudes. Hay, por lo tanto, muchas personas que creen, con simpleza, que son libres, pero tienen infinidad de esclavitudes que les atan. Y la prueba más palpable de su falta de libertad es que no son capaces de tomar decisiones.

La inmadurez sería el concepto que califica a más jóvenes viejos. La inmadurez hace esclavos. La inmadurez normalmente es infantilismo, es duda sistemática, es egoísmo. Es bastante natural en los muchachos de 14 a 17, por ejemplo. Están despertando a la vida, somos comprensivos con ellos y a veces incluso nos reímos un poco de esas situaciones por las que ha pasado casi todo el mundo. Pero lo que produce vergüenza es la contemplación de adolescentes de 25 a 30 años. Un poco de burla y un poco de lástima.

Ha fracaso nuestro sistema educativo si creamos unos jóvenes inseguros, flojos, sin virtudes. Es una dificultad habitual comprobar que muchachos que hicieron el bachillerato brillantemente, sean unos inútiles en primero de carrera, simplemente porque la máxima de muchos colegios es “tienen que aprobar la selectividad…”. Les han puesto innumerables examencitos a lo largo del año, perfectamente anunciados, y luego se encuentran con que en la facultad todo va al final, y mientras tanto no dan ni golpe. Mal educados.

Y así resulta que ante las cosas más importantes de la vida hay muchos que tardan años para decidirse, o simplemente no se deciden nunca. No se casan, porque es una decisión muy grave y arriesgada. Y mientras prefieren jugar con ellas o con ellos. No son capaces de decisiones definitivas, porque les da mucho miedo. Así que me parece que al final antes las decisiones vemos niñatos inútiles, muchas veces por culpa del sistema, pero sobre todo culpa del capricho hedonista al que les han acostumbrado.

Lo demás, el riesgo, el compromiso, el futuro, la perspectiva de fracaso, la prudencia, etc., pues sí, pero es más de lo mismo.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Antonio Fuentes Mendiola, Atreverse a decidir, Rialp 2018