Del mercantilismo al liberalismo

 

En los tiempos de la revolución francesa y de la revolución industrial, ambos provenientes del giro cartesiano el pensamiento, de la entrega del poder y de la libertad al despotismo ilustrado se llegó a cambio del régimen: la unión del trono y el altar, se deshizo enviando a Dios al interior de la conciencia y al pueblo a quedar sometido bajo la bota del rey.

En los comienzos del liberalismo, en cambio, “Se ha sustituido una clase rica, privilegiada según un derecho tradicional objetivo y noble, por otra más rica, sin privilegios jurídicos y no noble. Pero la nueva élite, si no era privilegiada de iure, lo era de facto por el predominio económico que imponía sobre los demás” (86).

Es lógico que los cambios comiencen en las teorías, pero enseguida se produjeron en la práctica de la actividad económica: “la primacía de la riqueza, la visión cuantitativa y matemática o el enfoque sociológico más o menos abstracto” (87).

A lo largo del Siglo XIX “El rey con su legislación cambiante, marcará la pauta no solo de lo que es legal, sino de lo que se considera ético para responder a la legislación vigente” (87).

Con la llegada de la industrialización se “sometió a una situación de miseria a masas de propietarios y de campesinos ahora desarraigados” (88). Por tanto, el liberalismo nacerá con mal cartel: “el liberalismo económico que se desarrolla en el siglo XIX está falto, por decirlo suavemente, de consideraciones sociales, no tiene en cuenta las consecuencias sociales y personales que se derivan de ese modo de alcanzar la riqueza” (89).

El poder del Estado fue creciendo hasta hacerse omnímodo con su “economía dirigida” que ya no le interesa los problemas de los ciudadanos sino los de las grandes empresas que dan de comer a miles de trabajadores y proporcionan ingentes cantidades de impuestos a los estados (89).

Como recordará nuestro autor, lo que está en crisis es la antropología subyacente a todos los ordenes de la sociedad. Es menester pensar qué es el hombre y cuales son sus verdaderas necesidades, para solucionarlas pues, si no, el Estado se pondrá al servicio de quienes detentan el poder (91).

Para poder sustituir la arbitrariedad y la corrupción por “la racionalidad económica” hace falta fundamentar la economía en el hombre y su dignidad, tanto como persona, como familia. “los logros de Estado no dejan de ser efímeros si no se apoyan en una sociedad fuerte y libre, al menos económicamente” (93-94).

José Carlos Martín de la Hoz

Agustín González Enciso, El sentido de la economía en la historia, en AAVV, Miguel Alfonso Martínez Echevarría en dialogo, Ideas y libros ediciones, Madrid 2024, pp. 77-102.