Deportación de inmigrantes

 

Pocos temas hay en las páginas de la prensa o en las noticias de los telediarios tan delicados y penosos como el empeño en devolver a sus países a los deportados. Creo que no deja indiferente a nadie. O, podríamos decir, si hay quienes se quedan indiferentes ante este drama quizá les falte humanidad. Me parece. No estoy seguro.

Comprendo que la política de Occidente es poner puertas, pero me parece doloroso. Que una persona que se ha dejado la vida en la patera o en las alambradas de Ceuta, después de un tiempo retenida, sea devuelta a su casa, me parece terrible. Bien es verdad que, por lo general, no tenemos ni idea de cuáles son los motivos por los cuales ese hombre, esa mujer, ese joven, se han arriesgado a venir.

Conocemos muchas historias. Hay libros de un gran interés que nos cuentan por qué ese muchacho huyó. Recuerdo ese libro fantástico, “Correr para vivir”, que nos cuenta la tragedia de un chico de diez años, Lopez Lomong, que tiene que huir de la casa de sus padres porque las milicias de su país buscan a niños para incorporar al ejército. Sus padres, buenos católicos, hacen todo lo posible para que el chico huya de su poblado.

A veces, detrás de un muchacho que salta las verjas de Ceuta, queremos ver un desalmado, un parado que busca mejor vida, un listillo que busca dinero. En el caso de Lopez Lomong estamos ante una familia que vive en un poblado de Sudán del sur, en medio de la selva. Toda la familia vive en la misma choza, pero eso es lo normal. Los domingos llega por esos parajes un sacerdote que organiza allí, al aire libre, una misa para toda aquella gente, que son católicos fervientes.

No tiene Lopez ninguna necesidad de irse de allí. Vive como han vivido siempre y tienen una riqueza natural en la tierra que les permite vivir tranquilamente. Si tiene que huir es porque sus padres entienden que sería el desastre de su vida en las milicias rebeldes. Le cogen, pero consigue huir, no sin dificultad, hasta llegar a un campo de refugiados en la frontera con Kenia. Allí pasa diez años de su vida, pero con la suerte de poder estudiar algo y de tener un sacerdote del campo que les da catequesis. Así hasta que un matrimonio americano le adopta. Termina siendo olímpico en EE. UU.

Historias como estas hay muchísimas. Hay libros editados con historias tremendas de cómo sufría una persona por persecuciones, por pobreza, etc. “Nujeen”, “En el mar hay cocodrilos”, “Sin billete de vuelta”, “Un espejo florece en primavera”, “Eldorado”, etc. A pesar de todo nos sentimos inquietos y molestos cuando nos enteramos de que han llegado no sé cuántas personas en unas pateras a Canarias. Contamos el número de los llegados y enseguida olvidamos el número de los que han perecido ahogados en el viaje.

¿Que hay gentes que lo único que quieren es ganar dinero? ¿Que pueda haber caraduras que vengan dispuestos a montar negocios sucios? No sé. Se nos podrían ocurrir infinidad de motivos por los que esta gente viene. Pero me parece que lo peor que nos puede ocurrir, al español medio, es que solo sintamos rechazo, rencor, desprecio. Me parece que indica poca caridad cristiana.

Al ver a esos chicos esposados que suben al avión para ser devueltos a países, nos preguntamos: ¿saben con certeza las autoridades españolas a dónde les mandan?

Ángel Cabrero Ugarte

Lopez Lomong, Correr para vivir, Palabra 2013