Con este expresivo título se han denominado las conversaciones mantenidas en estos últimos años entre el cardenal guineano Robert Sarah, Prefecto de la Congregación del Culto divino y el papa Emérito, Benedicto XVI, en torno a la cuestión del mantenimiento de la disciplina actual del celibato sacerdotal en la Iglesia católica de nuestros días.
Se suele afirmar que, en las épocas de disminución de la fe y santidad de vida del clero, así como de escasez de vocaciones, es cuando se vuelve a plantear la cuestión, para concluirse habitualmente en un vibrante pensamiento de optimismo, como ocurrió en el último gran documento sobre la cuestión de san Juan Pablo II, cuya conclusión eran las palabras proféticas de Jeremías (3,15) que daban título a la Exhortación apostólica: “Pastore dabo vobis” (“Os daré pastores”), publicado el 25 de marzo de 1992.
El núcleo del argumento de Benedicto XVI a favor del mantenimiento de la disciplina del celibato se apoya en primer lugar en la Escritura, sobre todo en la interpretación cristológica de algunos textos y sobre todo del deseo de Jesús de establecer un nuevo culto en la naciente Iglesia: “en adelante el acto cultual se caracteriza por la ofrenda de la totalidad de su vida en el amor. El sacerdocio de Cristo nos introduce en una vida que consiste en hacerse uno con Él y renunciar a todo lo que solo nos pertenece a nosotros. Para los sacerdotes ese es el fundamento de la necesidad del celibato, así como la oración litúrgica, la meditación de la Palabra de Dios y la renuncia a los bienes materiales” (32).
Un poco más adelante recuerda los textos de la institución del sacerdocio de la nueva ley en la última cena (40): “En Jesús se fusionan la tradición cultual que se remonta a Moisés y la crítica al culto de los profetas. El amor y el sacrificio se hacen uno” (41). Y, páginas después, tomando como ejemplo los sacerdotes del Antiguo Testamento “solo debían consagrarse al culto durante determinados periodos, el matrimonio y el sacerdocio eran compatibles”. En cambio, en la Iglesia Católica, el sacerdote “toda su vida está en contacto con el misterio divino. Eso exige por su parte la exclusividad para Dios (…). Se puede decir que la abstinencia sexual, que antes era funcional, se convierte por sí misma en una abstinencia ontológica. Así pues, su motivación y su significado quedan íntima y profundamente transformados” (50).
El cardenal Sarah subrayará, en primer lugar, la importancia teológica del texto de Benedicto XVI que califica contundentemente: “una vida sacerdotal coherente, exige ontológicamente el celibato” (80).
Seguidamente, recordará su amplia experiencia sacerdotal en África: “gracias al instinto de la fe, los pobres saben que un sacerdote que ha renunciado al matrimonio les hace entrega de todo su amor esponsal” (83). Y añadirá: “los pueblos de la Amazonía tienen derecho a una experiencia plena de Cristo-Esposo. No se les puede proponer sacerdotes de segunda clase” (85).
José Carlos Martin de la Hoz
Cardenal Robert Sarah-Jospeh Ratzinger, Benedicto XVI, Desde lo más hondo de nuestros corazones, ediciones Palabra, Madrid 2020, 175 pp.