Jiménez Lozano, ya con muchos años, escribió un libro que manifestaba su preocupación por la decadencia moral de la sociedad en la que vivía. “Carta de Tesa”, que así se titula, es una historia, una novela nostálgica, que deja entrever el empobrecimiento ético de la sociedad que le rodeaba. El conjunto de la obra tiene un tinte triste porque seguramente el autor no ve luces, solo advierte sombras, sobre todo si lo compara con lo que vivió cuando tenía treinta o cuarenta años. El declive moral es patente.
El ataque a una profesora, María, a manos de unos cuantos de sus alumnos jóvenes que se plantean, por juego, golpearla y llevarla a un bosque para abusar de ella, manifiesta un envilecimiento triste de la juventud. Que en lugar de buscar el deporte o una actividad formativa para su entretenimiento se les ocurra semejante bajeza es verdaderamente penoso. El autor escribe una novela, pero sabe que esas cosas pasan.
Pero el colmo es que cuando se plantea la denuncia de los autores -conociendo nombres y apellidos del autor principal y de sus colaboradores- los familiares de la víctima se encuentran con que los jueces se ponen de parte, prácticamente, de los atacantes: pobres chicos, son unos jóvenes que quieren divertirse. Hasta el punto de que, esos mismos monstruos, viendo que no les acusan, se plantean ir con mentiras para culpar a la profesora, y eso cala más entre los jueces.
El autor de esta novela, sin duda, escoge un hecho un tanto extremo, pero quiere advertir de hasta qué punto se pueden perder los valores cristianos y morales en nuestra sociedad materialista y sensual. Y al mismo tiempo aparece la historia, esbozada con pocos datos, de Tesa, que fue religiosa en un convento durante años y que decide salirse. Eso sí, con deseos de servir a los necesitados en países pobres. Pero queda la pena, de fondo, de la falta de perseverancia.
Y en esa línea, el autor, que a sus años va viendo aspectos preocupantes en todos los niveles de la sociedad, introduce en la historia, con poco sitio, la relación de uno de los protagonistas con el obispo de la diócesis, por un motivo un poco forzado. Y, en el fondo, lo hace con un deje de crítica. Como diciendo, ni los sacerdotes ni los obispos están ya a la altura.
El final de la historia, con el sepulcro de la madre profanado solo por burlarse del difunto, por molestar, seguramente sin saber quién está allí enterrado, deja un aire de añoranza, de tristeza, de “esto no es lo que era”. Está claro que el autor, después de muchas historias escritas en sus novelas, observa que la sociedad que ha vivido se está desmoronando. Hay un deje afligido en esta obra en la que más que historia hay sensaciones encontradas. En esto Jiménez Lozano fue un artista, pues quería transmitir sentimientos, no solo hacer una buena literatura, que también lo consigue.
Las muchas idas y vueltas en el tiempo de la narración, con mezcla de nombres y sin que quede demasiado clara la relación familiar de los personajes y del narrador, pueden despistar un tanto al lector, pero conociendo a este autor sabemos que él quiere que vayamos al fondo más que a la forma. Aun estando escrito hace ya unos cuantos años, sigue sirviendo lo que quiere decirnos.
Ángel Cabrero Ugarte
Jiménez Lozano, José. Carta de Tesa. Seix-Barral. 2004.