Detectives reinventados



La novela negra tiene ya un largo
recorrido y se podrían decir muchas cosas sobre ella, sobre sus
influencias, personajes y autores. Pero lo cierto es que básicamente, la
novela negra nos pone en contacto con unos personajes muy peculiares, casi
diríamos que irreales, a los que otorgamos una capacidad infinita de ser
sagaces. Desde Holmes, tipo raro donde los haya, a Poirot, el detective es un
ser poco normal; extremadamente listo, fuera de los cánones habituales,
lo averigua todo, no falla nunca.


 


De la mano de Hammet o Chandler,
estas rarezas del detective, sus manías y excentricidades, se han convertido
en costumbres cínicas y marginales. El cine, además, ayudó
a crear el aura de dureza sarcástica que supieron encarnar tan bien
Humphrey Bogart o William Powell. Desde entonces, el detective
cinematográfico es un tipo marginal, desdichado, a veces incluso
inmaduro sentimentalmente hablando. Pero su capacidad para la
investigación está fuera de duda.


 


Las series de televisión
de tema policiaco han seguido esa tradición hasta esta última
década. Tímidamente, la televisión se ha dado cuenta que
innovar en este campo es muy complicado y ha tomado un nuevo derrotero. Aparte
de las series donde los protagonistas son los forenses y que siguen el esquema
tradicional, hay unos matices nuevos en el perfil del nuevo detective.


 


El policía o investigador
contemporáneo no es un ser solitario, ahora trabaja en equipo, eso
sí, es un equipo donde cada uno aporta en grado sumo sus extraordinarios
conocimientos. Siguen sin tener estabilidad afectiva, viven absorbidos por el
trabajo, que es su vida, y en lo privado van de fracaso en fracaso. En esto
siguen al detective tradicional, pero el escenario es distinto.


 


Otro perfil del policía
televisivo es el casi supermán. Investigadores dotados de capacidades
casi sobrenaturales se mueven por ahí cogiendo a los malos gracias a su
visión extrasensorial o se apoya en un conocimiento mágico de las
matemáticas o en cualquier otro que el policía profano desconoce.
El detective, de esa manera, da un paso excepcional ante el agotamiento de la
fórmula del detective individual. O se trabaja en un equipo excepcional
o se es supermán. A veces las dos cosas.


 


La literatura, sin embargo,
todavía no me consta que haya incluído estos perfiles tan recientes
que aporta el cine/televisión en su largo repertorio de héroes
policiacos. Algunos escritores han reaccionado frente al exceso de cinismo de
los buenos policías y, así Brunetti en Venecia y Jaritos en
Atenas, ahora son también asentados padres de familia sin aventuras
extraconyugales y con los problemas cotidianos de cualquier persona. Pero lo
predominante continúa siendo el investigador estilo Wallander,
Montalbano, Bevilacqua y Chamorro, típicos de la tradición de la
novela negra americana con sus matices, que a su vez van creando sus escuelas o
haciendo cundir su ejemplo, como el caso de la afamada autora sueca Asa Larsson
que tanto recuerda a Mankell.


 


¿Se dejará
contagiar la literatura de los nuevos perfiles de la televisión? Por
ahora no parece que esa sea la tendencia, sin embargo, sí
apostaría por una innovación en las creaciones de los personajes.
Tanto estereotipo de tipo rarísimo, con el lado emocional trastocado,
obsesionado con el trabajo pero al mismo tiempo con actitudes de desdén
hacia él parecen ya un poco manidos, incluso algo artificiosos, tanto
que a veces dejan de ser creíbles. Por eso haría falta reinventar
al detective, un nuevo personaje cercano a la realidad. Me inclino a pensar que
literariamente hablando Donna Leon o Petros Márkaris están
más cerca de la fórmula del éxito que las repetitivas
maneras de detective crítico y descreído de la vida que apuntan
Mankell y la herencia cinematográfica.


 


 


Carlos
Segade, profesor del Centro Universitario Villanueva.